6 cosas que tenés que saber antes de estar en pareja con una aspirante a asesina serial


{ADVERTENCIA: Todos los hechos y/o personajes narrados en esta “crónica” son totalmente imaginarios y no refieren a ninguna realidad y/o ubicación territorial en particular. Por lo tanto, no me hago cargo si al momento de leer esto alguien se siente identificado. Repito: lo que van a leer a continuación es simplemente un ejercicio de falsa crónica periodística y bajo ningún concepto debe ser tomado en serio}.

“Because if it’s not love
Then it’s the bomb, the bomb, the bomb
The bomb, the bomb, the bomb, the bomb
That will bring us together”

  • “Ask” (1986) de The Smiths.

1. Lena M. mira a la cámara de frente. Sin inmutarse. Una sonrisa pícara curva sus labios pintados de negro.

Posa sin tapabocas, junto a la puerta del juzgado de Ebermannstadt, minutos antes de que un grupo de agentes la haga entrar al patrullero.

La chiquilina no sabe fumar, sin embargo, sostiene lánguido un pucho entre sus dedos.

Vuelve a sonreír ante el camarógrafo. Hace de cuenta que aspira el humo del cigarrillo. Vicha a su alrededor.

Al lado de ella se ve a una mujer cuarentona, retorciéndose las manos y sorbiéndose los mocos.

Es mi suegra, supongo. Y por lo que parece está empastillada hasta las tetas…

¿El día? Viernes once de febrero de 2022, poco después de las cuatro y media de la tarde…

Aproximadamente a veinte metros de Lena, una bella movilera de la Deutsche Welle se peina unos instantes el cerquillo antes de salir al aire. Apurada, espera la señal de Hans, uno de sus productores.

Ella ya está pronta.

Hans le hace la cuenta regresiva:

3;
2;
1;
listo:

El camarógrafo se pone la steadycam al hombro, abre el plano y ahora están en vivo y en directo para todo el mundo:

«Buenas tardes a todos, estamos en la puerta del juzgado de Ebermannstadt, aquí hace unos minutos acaba de finalizar el juicio por homicidio muy especialmente agravado a la adolescente Lena M. Como ya estarán enterados, el caso es especialmente polémico dadas las circunstancias del…»

Díganme una cosa: ¿Cuánto morbo creen que puede haber en esta noticia?

Y… ¡Un montón!

Igualmente, cabe aclarar que el caso de Lena monopoliza las pantallas arias hace no demasiado tiempo. Menos de una semana, para ser exactos. Y esto se debe al estricto cuerpo legal alemán, el cual prohíbe exhibir de forma pública los datos personales de aquellos involucrados en causas de tipo penal. La idea es protegerlos de cualquier escrache o escarnio colectivo antes de dictada su sentencia.

Uruguay haría bien en copiar en eso a los alemanes, ¿No creen?

(Y si de paso hacemos algo por recuperar la presunción de inocencia, genial.)

(En fin…)

Sigue hablando la bella movilera:

«Según ha filtrado el tabloide inglés The Sun, Lena habría jurado matar a un hombre todos los días a partir del 31 de mayo del año pasado (…).Como resultado del juicio, la joven acaba de ser condenada a una pena de doce años en una institución psiquiátrica en el distrito de Baviera…»

Sigue hablando, rápido y de corrido la periodista, mientras el cámara enfoca a la gurisa que, escoltada por la policía, camina hacia uno de los patrulleros estacionados junto a la vereda. Pese a llevar puesto el barbijo, gracias a sus expresivos ojos delineados de negro, los televidentes pueden advertir una risita irónica detrás del desechable bozal.

Cabe aclarar que Lena M. no es el tipo de chica que uno espera ver en una foto prontuario, y quizás por eso el rating se dispara y en el intento de hacer la mejor cobertura posible la movilera casi se enreda los pies con el cable del micrófono:

«Sabemos que durante la audiencia de cuatro días, ante los miembros del jurado Lena pareció agitada y desinteresada en responder a las preguntas de la fiscalía…»

De golpe, cuando la joven está a punto de subir al patrullero, hace algo inesperado: se da vuelta, levanta el brazo y saluda a cámaras; a la movilera aquel gesto la agarra desprevenida y un espasmo de susto corta su relato; Lena M. lleva tatuado en la palma de su mano un pentagrama color rojo sangre.

Se re picó la cosa.

Enseguida una de las agentes le hace hace bajar los brazos, le esposa las muñecas y hunde con firmeza la nuca de la chiquilina adentro del patrullero.

Ahora la imagen vuelve a estudios.

Ambos presentadores se miran entre sí asombrados. Hay decepción en el piso. Esperaban capturar a Lena en estado de shock: arrepentida, temblando, con los ojos rojos y el rímel corrido de tanto llorar; no es el tipo de chica que uno espera ver en una foto prontuario y, sin embargo, ante cámaras la gurisa va lo más pancha…

No importa. Aun así el rating sigue subiendo.

Ahora la pareja de presentadores se turna para leer lo que sea que esté escrito en el telemprompter.

Como se imaginarán, el clima en estudios es adrenalínico y el productor aprovecha para proyectar en la pantalla grande la foto más sexy que encuentra de Lena…

Ahora pasan un tape con los detalles más morbosos del crimen. De fondo el musicalizador pone bajito un tema de Marilyn Manson.

«Hey, you, what do you see? Something beautiful, something free? Hey, you, are you trying to be mean? You live with apes man, it’s hard to be clean».
Aúlla con luciferesca perversidad el cantante, mientras en la pantalla de los televisores se suceden varias postales de Lena extraídas de su cuenta personal de Instagram. En sólo unos instantes una experta socióloga entrará al piso para explicar los motivos detrás del escabroso crimen. Su teoría acerca de cómo el heteropatriarcado blanco ha coaccionado interiormente a la joven a actuar de la forma en la que actuó.

2. La mayoría de las adolescentes pega con cinta adhesiva en las paredes de su cuarto pósteres del ídolo de pop de turno.

Y está perfecto.

Según una psicóloga amiga mía, es la forma que tienen de establecer un sentido de identidad propio, y no se las debe menospreciar por ello.

En lo absoluto.

Ahora, lo que NINGUNA gurisita sana debería hacer es colgar en la pared de su cuarto pósteres de Ted Bundy o Richard Ramírez (por si no están enterados, ambos nombres íconos en el infame panteón de los asesinos seriales), y/o compartir postales de ellos en su cuenta de Instagram con un corazoncito y un mensaje de “I luv u” a la derecha; mucho menos vivir vivir encerrada en su cuarto, tratar de cortarse los párpados con una trinchetao rayarse esvásticas en el cuello.

Esta es la historia de Lena M., una adolescente tímida que encontraba “lindos” a aquel par de psicópatas; una adolescente oscura y solitaria que en sus ratos libres fantaseaba con ser la pareja de uno de ellos; una gurisita ignorada, sin contención familiar, que si en algún momento tuvo amigas hacía bastante tiempo que había dejado de verlas, de escribirles al WhatsApp o de interesarse por ellas; una gurisa con déficit atencional, que rara vez asistía a clases o si iba lo hacía con una petaca de Johnny Walker guardada en la mochila.

Esta es la historia de Lena M., una gurisa de quince años que horas antes de que le requisaran el celular me confesó haberse enamorado de mí; esta es la historia de Lena M., una gurisita caprichosa, agitada e intensa, que horas antes de que los agentes le requisaran el celular y le tomaran las huellas, en un arranque de agresiva ternura, juró cortarme el pene si alguna vez llegaba a besar a otra piba que no fuese ella.

Cuando la oí decir eso sentí escalofríos y tuve que palparme debajo del boxer.

Me da vergüenza admitirlo.

Once mil trescientos veinte kilómetros de distancia separan Uruguay de Alemania.

Un océano de por medio.

Esto no puede ser amor…, ¡NO!, nada que ver

Aunque si te ponés a pensar, doce años no es taaanto tiempo.

3. Vamos por partes.

A pesar de las cicatrices, Lena M. tenía lo que se dice un cuerpo hermoso. Privilegiado. Sin estrías (es lo que tiene pegar el estirón tan temprano). Lena M. siempre fue la gurisa más alta y desarrollada de su clase. Pero también la más tímida. Y esto, sumado a los rumores de su internación y a la envidia de un grupo de compañeritas, hicieron de ella una especie de paria durante el tercer año de la Realschule (así le dicen al bachillerato en Alemania) en Ebermannstadt.

Cuando se logueaba a sus redes sociales, sin embargo, la cosa era distinta. Allí Lena solía soltarse mucho más de la cuenta. En Instagram, por ejemplo, sus fotos en culo cosechaban diariamente cientos de likes; sus coreos nabas en TikTok, lo mismo.

Como ya se podrán imaginar, el cuerpo de Lena no demoró mucho en provocar el deseo de pibes más grandes que ella, quienes al ver esas eróticas postales se lanzaban como perros en celo a su casilla de mensajes directos. Ellos le hacían propuestas indecentes. Le mandaban fotos y mensajes subidos de tono. Se cagaban a pajas pensando en su vientre chato y en aquellas piernas largas y esbeltas que tanto le gustaba mostrar.

Hubo un momento en el que tanta atención la hizo sentir poderosa. Sobre todo al principio. Después, sin embargo, provocar tanto deseo llegó a hastiarla un poco.

Empezó a buscar algo más.

Una vez le pregunté qué era mejor: si estar todo el tiempo recibiendo atención o, si por el contrario, como le pasaba a ella antes, no recibir ninguna. Con cierto remordimiento, Lena me contestó que era preferible lo primero, aunque ella supiera en el fondo que lo único que querían esos pibes con los que cruzaba chats era garchársela y después irse a la mierda.

A mí me costaba mucho entender aquello. Qué sé yo. De pendejo nunca me pude levantar una mina. Era tímido. Me moría de vergüenza. Me costaba muchísimo hablar con ellas. No miento: con quince, dieciséis, diecisiete años, yo lloraba todas las noches. Cerraba la puerta del cuarto con tranca y nadie sabía nada de mí.

Lejos, muy lejos estaba yo de recibir algún cumplido o muestra de reconocimiento.

Creo que con sólo haber recibido una cuarta parte de la atención que Lena despertaba al subir una de sus fotos, ya hubiese tenido suficiente amor propio como para vivir satisfecho el resto de mi vida.

«Saberse linda y deseada», me dijo Lena una vez, durante una de nuestras videollamadas, «es como una droga que una vez que probás es imposible dejar».

A todo esto, lo que en su estado de calentura muchos de sus pretendientes parecían ignorar, era cómo dichas postales iban a menudo acompañadas por versos de la banda de black metal “Haunting Diabolical”; versos en los que de manera nada velada se hacía alusión a tópicos como el asesinato en masa, la quema de iglesias y la automutilación, etcétera, etcétera .

Las fotos de Ted Bundy y Richard Ramírez pasaban para ellos aún no me explico cómomayormente desapercibidas (!).

A veces me pregunto: ¿Habrá algo que el hombre no esté dispuesto a tolerar con tal de ponerla?…

Esta debilidad nuestra ante el sexo fuerte puede llegar a ser en verdad fatal, como bien podrán ver más adelante.

4.
“Call me your messed up boy”

  • “Cut Dead” (1985) deThe Jesus and Mary Chain.

A Lena la conocí en un foro de la deep web, en octubre de 2019. Fue durante un periodo de mi vida en el que me di cuenta de que no tenía amigos de verdad (aún sigo sin tenerlos) y que, por alguna extraña razón que todavía no logro entender, Dios había decidido soltarme la mano.

En ese momento yo estaba CAGADO de odio. En serio. Me sentía al borde del abismo. Atrapado y sin salida. Enamorarme, como se podrán imaginar, no era algo que estuviera dentro de mis planes. Mucho menos en una comunidad cuyos miembros se describían a sí mismos como «pro-terroristas, pro-ateos, pro-violadores, pro-drogas duras, pro-suicidio, anti-censura, anti-copyright, anti-moralistas», etc., etc.,

En ese momento yo estaba enojado (aún lo sigo estando), y quería vengarme. No sabía de quién. No sabía cómo. Pero de alguna forma u otra Dios iba a tener que parar su todopoderosa oreja y escucharme.

La deep web –aclaro por si no están enterados son todos esos miles y miles de sitios prohibidos que no podés encontrar en los buscadores web convencionales. Se calcula que es algo así como quinientas veces más grande que la red en la que navegamos todos los días.

(En fin…)

Como les venía diciendo, allí, en ese infecto laberinto de perversión, yo buscaba alguna válvula de escape que me permitiera desahogar tanta ira; más precisamente, yo buscaba instrucciones claras y detalladas sobre cómo hacer para armar una bomba casera. La gente del foro fue amable, y enseguida entró al tablón a despejar una por una mis dudas. Uno de los moderadores llegó incluso a pasarme un video muy largo por Telegram en el que me explicaba cómo hacer durante el proceso de armado para que luego de la explosión los peritos no pudiesen detectar entre los restos de dinamita casera residuos de oxalato de amoníaco o percloruro potásico.

¡Un genio el tipo!

Y es que, al parecer, ése es un error muy común entre los aficionados a las bombas caseras. Y así es cómo siempre los atrapan…

(En fin…)

Uno de los subforos estaba dedicado al tema de los fetiches sexuales. Los cuales, debo aclarar, por ahora ni me van ni me vienen… ¿Qué quieren que les diga? Soy bastante conservador en ese aspecto…
De todos modos, simplemente por una cuestión de morbo, decidí cliquear en la última entrada que allí aparecía.

La más reciente.

Y así fue cómo me encontré por primera vez a Lena M.

Bah, me corrijo: así fue cómo me encontré por primera vez con un primer plano de la planta de su pie derecho, para ser exactos.

Y es que Lena ofertaba packs con fotos y videos de sus pies a cambio de Bitcoins, Mefedrona o Adderall.

La droga, me dijo ella más tarde, se la mandaban por correo veinticuatro horas después, con un remitente falso, escondida en un porta CD’s y guardada dentro de unas bolsitas de polietileno.

Creo que ya aclaré que en ese momento enamorarme no estaba dentro de mis planes y, de hecho, lo primero que sentí al ver en la pantalla del monitor sus dedos un poco deformes (de chica, pese a su altura, Lena había sido bailarina de ballet) aplastando conejitos, fue asco.

–¡Puájj!–

Su foto de perfil, sin embargo, me llamó bastante la atención. Había elegido como avatar el mugshot de Lynette Alice, alias ‘Squeaky’ Fromme.

Según me explicó Lena después, Alice fue la discípula más fiel de Charles Manson, la única que en treintaicinco años de cárcel nunca lo delató o habló pestes de él (!).

«Aunque, por otra parte», se corrigió una vez en un audio de Telegram, «también están los que dicen que en realidad la más fiel de sus seguidoras no fue ‘Squeaky’, sino Sandra Good, alias ‘Blue’, una chica lindísima que en solidaridad con Charlie se talló a punta de navaja una ‘X’ en la frente y durante días montó guardia en la esquina del tribunal donde se celebraba su juicio por siete cargos de asesinato y conspiración.»

Pocos minutos después Lena respondió a mi post:

«Así que vas a volar algo por los aires? Pero qué cool eso! Quieres contarme más?” 😈»

Y así fue que empezamos a cruzar chats.

Luego ella me agregó a Telegram, nos hicimos amigos y con el paso del tiempo terminamos en una relación a distancia.

5. Una vez que le agarré la mano, empezó a volverse una adicción. El tema de hacer bombas, digo. Nunca me voy a olvidar el día que el primer paquete llegó a destino. ¡Cuando la noticia salió en el informativo del doce!… ¡Ahhh! No creo que haya palabras para describir cómo me sentí en ese momento… ¡Tres años después aún tengo grabado el relato de Aldo Silva en la cabeza!… Juro POR DIOS que me alcanza solamente con oír un par de detalles para erizarme todo…

(¡Miren, mi brazo!)

Por otra parte, no siento remordimiento ninguno, sino todo lo contrario: lo único que a mí me jode a veces es mirar atrás y pensar en la vida que llevaba antes de ponerme a hacer esto…:

¿Fui sincero conmigo mismo y con los demás durante aquella época?…

Buena pregunta.

Quiero creer que sí, aunque en este momento no sabría decirlo…

De lo que no tengo dudas es en afirmar que el tipo que fui hace cinco o seis años no tiene nada que ver ¡Pero nada que ver!con el que soy ahora…

En la vida uno tiene que ser así; si no, si en algún momento te achacás o te dormís, caés en la decadencia.

Uno tiene que renovarse, cambiar de piel, qué sé yo…

Si me preguntan, creo que lo que más me gustaba de poner bombas era lo impersonal de todo aquello. A diferencia de Lena, a mí nunca me atrajo toda esa parafernalia que existe alrededor de los asesinos seriales: Ted Bundy, Richard Ramirez, Jeffrey Dahmer, me parecen tipos con vidas de lo más aburridas…

Yo qué sé: ¿Matar a alguien mirándolo a los ojos?… No sé ustedes, pero a mí me resulta algo sumamente vulgar. Simple. Propio de aficionados o enfermitos.

¿Que qué pienso de las violaciones?

–¡Puájj!– Me producen asco.

¡Y yo qué sé!… Lo mío es distinto. Para mí parte de la gracia de armar una bomba es justamente NO saber cuántas personas o quiénes van a resultar heridos; o, quizás, si así Dios lo dispone y ojalá siempre se me dé así, muertos…

… Otra cosa que me fascina es jugar con los peritos. Con el planimétrico. Con el qué dirán después los medios. ¡Poner pistas falsas! Me re como la cabeza con eso…

Mal.

En mi tercer bomba, por ejemplo, en aquel paquete con forma de libro que le mandé a la decana de la FIC, metí adentro una plaquita de metal con las iniciales “C A”y los pelotudos de La diaria llegaron a poner que aquello debía de ser un atentado por parte de un comando de militares renegados de Cabildo Abierto o qué sé yo…

Lena, como se podrán imaginar, en este sentido es todo lo contrario a mí. A ella sí le gusta regodearse pensando en crímenes como los de Ted Bundy o Richard Ramírez. Crímenes simples. Propios de aficionados o enfermitos mentales. Justamente por eso uno podría llegar a creer que mis explosivas maldades no despertarían gran entusiasmo en ella y, sin embargo, cuando le conté lo de mi primera bomba, cómo a mi supervisor le estalló en la cara; cómo debido a la onda expansiva algunos de mis compañeros salieron volando por la puerta del comedor hechos un amasijo de huesos calientes; cómo aquellos cubículos de compensado barato en los que nos encorvábamos entresemana se sacudieron unos instantes como sufriendo un pequeño temblor, Lena no pudo más de la emoción.

Me pidió que le pasara la noticia, que le mandara un audio con el relato de la tragedia, que no le importaba si estaba en español, en chino o en ruso.

Me empezó a atomizar a preguntas; preguntas bobas a las cuales yo siempre solía contestar tarde y con una serie de monosílabos: sí, sí, sí, sí; no, no, no, no.

Debo admitir que en esos momentos sentía por ella una especie de lástima picada de bronca.

Lena era una pendeja de mierda que a veces podía ponerse pesada.

Igual yo le seguí la corriente.

Un par de días después me confesó que de tanto pajearse se había contracturado la mano (!). Cuando quise acordar, la memoria de mi celular empezó a llenarse de fotos y videos de ella masturbándose mientras escuchaba en los auriculares el relato de mi atentado, su clítoris irritado chorreaba flujo mocoso sobre la pantalla como una suerte de aspersor fuera de control.

Un asco.

Con el paso de los meses, me confesó que de noche abrazaba la almohada y fingía que era yo, que volvía a casa después de un largo día de atentados.

Yo nunca supe muy bien cómo contestar a esas salidas.

A veces pasaba un poco de largo de ella, pero en el fondo creo que siempre le tuve cariño.

6. Son las 22:40 PM, 2 de junio de 2021.

Lena M. me envía la siguiente nota de voz por Telegram:

«I did it! I just killed my first one… Wish me luck, my love, I’m trying to reach home.»

Casi me caigo de culo:

¡Mi amor!

¿Que quién es el fiambre en cuestión? Al parecer, un tal Ziyad Ali, un cuarentón alemán de origen pakistaní.

Estamos medios desfasados en cuanto a la hora, pero no por mucho: acá son las 22:40 PM., y allá si no me equivoco deben de ser las 2:40 AM…

Cuatro horas de diferencia nomás.

Vuelvo a escuchar aquel mensaje y le pido más detalles. Le hago acordar que lo más importante ahora es mantener la cabeza fría. No dejarse atrapar…

Treinta y siete minutos después la policía aprehende a Lena no muy lejos de la escena del crimen.

En plena calle, mientras teclea un mensaje en su iPhone.

El patrullero se detiene a pocos metros de ella.

Prende y apaga las luces.
Prende y apaga las luces.

En ese preciso momento Ziyad Ali está siendo trasladado en ambulancia al hospital más cercano.

El patrullero prende y apaga las luces.

Lena va caminando sola y con la mirada perdida. Desde el interior del vehículo el agente advierte que su cara y su ropa están manchadas con una sustancia pegajosa.

Decir que está frente a un potencial sospechoso sería quedarse corto…

Son las 3:17 AM, 21 de mayo de 2021.

Lena M. se da la vuelta y mira sin inmutarse a aquel agente. En la intemperie, a oscuras. La luz de los faros le da en el rostro. Una sonrisa pícara curva sus labios pintados de sangre.

Una hora después, Ziyad Ali entra en estado de coma. Seis semanas más tarde morirá como resultado de las heridas.

Ziyad Ali no se la esperaba.

Ziyad Ali creía que hoy era su noche de suerte.

¡Pobre, si lo hubieran visto!: el loco iba canchero, liviano, con la camisa desabotonada y una gorra de visera tapándole la calva.

20 de mayo de 2021, 1:40 AM.

Ziyad Ali creía nada más que iba a sacar a pasear en su SUV a una chiquilina hermosa.

20 de mayo de 2021, 1:40 AM.

Ziyad Ali estaciona frente a un edificio de apartamentos. Se acomoda en el asiento del chofer, respira hondo.

De pronto, ve acercarse a la gurisa. Saca el seguro de la puerta y ella enseguida se le sube al lado. Sonríe hasta las encías, Lena M. Su cuerpo casi se pega al de él…

Ziyad Ali sigue creyendo durante varios minutos que esa es su noche de suerte.

Había hecho match en Tinder con «Sophia» hacía apenas un par de días. Por lo poco que ella le da a entender se trata de una chiquilina divina, ingenua, con muchas ganas de arrancar la facultad. Si bien le pareció algo sospechoso no encontrar en su perfil ningún enlace a su cuenta de Instagram, las fotos en culo de la gurisa y una videollamada que tuvieron horas antes por WhatsApp, le fueron suficientes como para despejar cualquier duda.

Ziyad Ali pone la mano en el volante, da vuelta la llave y prende las luces.

No tiene la más pálida idea.

Apenas se puede creer la suerte que tiene. «Sophia» le dice que abrió su cuenta de Tinder la semana pasada y que ya va por los 241 matches (!).

Es popular la chiquilina.

Ziyad Ali aumenta la velocidad y rebasa un auto a mano derecha. Sonríe para sus adentros. Pasa un brazo por encima del hombro de la gurisa. La mira de costado. Ve que tiene un pequeño lunar encima del labio. Los ojos marrones, tirando a verdes, sonambulescos.

Ziyad Ali cree que se la va a garchar.

Pero nada que ver.

Minutos después, cerca de una de las salidas a Ebermannstadt, doce centímetros de navaja calan por sorpresa dentro de su arteria carótida. La sangre sale a chorros, como a presión.

Ali pierde el control del volante y mueve desesperado la cabeza de derecha a izquierda, de izquierda a derecha.

Se ve que antes de subirse a la camioneta Lena hizo los deberes. Buscó en internet el mejor lugar del cuerpo para apuñalar a alguien: la arteria carótida, por supuesto, el principal suministro de sangre al cerebro.

La gurisa pega un grito de susto y a causa de la violenta frenada choca su frente en el interior del vehículo.

Empieza a sangrar por encima de la ceja.

Chirrido de neumáticos.

Ziyad Ali logra detenerse en medio de la avenida a doble mano. Su cabeza reposa palpitante encima del volante. El vidrio del parabrisas está astillado.

Lena M. se baja enseguida. Da unos pasos desorientada. Me manda un audio. No muy lejos una sirena comienza a ulular.

Media hora después, en plena calle, un policía detiene su patrullero. Las luces de los faros parpadean de lleno sobre la chiquilina.

Lena M. se da la vuelta y mira de frente al agente. Sin inmutarse. La luz de los faros le da en el rostro. Una sonrisa pícara curva sus labios pintados de sangre.

Felipe Villamayor.


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