“Mientras tanto, los jefecitos de los clubes legislativos y de las tertulias de café se intoxican de admiración ante su propia sabiduría y destreza. Hablan del resto del mundo con el desprecio más absoluto. Para que la gente esté contenta con los harapos con los que los han vestido, les dicen que son una nación de filósofos; y unas veces sirviéndose de charlatanería de circo, de tumultos y alborotos, y otras veces provocando alarmas de complots e invasiones, intentan ahogar los gritos con los que claman los indigentes, o distraer la atención del observador para que no vean la ruina y miseria del estado”.
- “Reflexiones sobre la Revolución en Francia” de Edmund Burke (1790).
Parte I: Sobre la censura a “a Contrapelo”
Trataré de ir rápido porque a esta altura de las circunstancias hay un par de cuestiones que deberían resultar obvias.
Pero, primero lo primero: creánme, yo sé discernir entre persona y cosa.
Por eso, después de la censura y de todas esas boludeces que se dijeron en torno a mí, quizás valga la pena aclarar un par de tantos.
Voy.
Cada vez que en uno de mis artículos de barricada cito con nombre y apellido a cualquiera de esas ováricas avestruces (ya saben de quién estoy hablando), trato de hacerlo siempre de forma bufonesca, sin mala onda profunda, sirviéndome de ellas como de una lupa para así poder aproximarme a un problema que yo considero grave.
El proceso de estrogenización forzada que está sufriendo el periodismo uruguayo, por ejemplo; proceso que por supuesto tiene su análogo en nuestra juventud, la cual está siendo esterilizada física y psicológicamente de formas muy perversas.
Pongo un palillo en este punto. Cuando me acuerde lo retomaré y tiraré abajo un par de mentiras; no muchas, porque ahora estoy apurado (tengo que ir a disciplinar sexualmente a una pituca en Malvín).

Por otro lado, que quede claro: yo nunca ataco; me defiendo. Si hablé pestes de esa bosta de Beat Latido Cultural es porque un amigo me obligó a leer un par de artículos vomitivos que allí se publicaron (defecaron); lo mismo con los putos esos de la FIC; ellos me buscaron, ellos me encontraron.
Así de simple.
Ahora, esta vez es distinto. Con Hannah la cosa es personal. Con ella sí voy a sacar toda mi artillería pesada y declarar la tercera guerra mundial on this bitch ass (¿Vio Ms. Lérez? ¡No es la única que sabe hablar inglés! Así que por una vez just bend over and take it like a good little who… –sorry, like a good little JOURNALIST, OK Hon?)
[“Just kidding
You know I love you, Hannah”]
Pero nah, hablando en serio, me empieza a preocupar esta susceptibilidad extrema de la que hacen gala algunas de estas marmotas. Parece que toda la vida hubieran vivido entre algodones y, como resultado de ello, cualquier crítica u opinión negativa respecto a su “trabajo” hace que se les retuerza el escroto.
No entienden que a mí me gusta hacer bardo nomás.
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Parte II: Pero, ¿por qué se ofenden tanto los progres?
La idea o, mejor dicho, el prejuicio de que la humanidad avanza indefectiblemente hacia “un mundo mejor” es una de las GRANDES pavadas que repite el catecismo progre actual. Creer que el pasado no tiene nada de valioso, excepto una larga lista de motivos para quejarse (que el racismo, que el machismo, que la homofobia, etc., etc.,), es algo que se da por sentado entre esa barra de mariquitas urbanas que vive en las inmediaciones del Cordón Sur.
En términos historiográficos, dicha perspectiva es conocida por los estudiosos con el nombre de “abordaje Whig”, y consiste en mirar siempre el pasado con los ojos del presente. Y claro, partiendo de ella uno perfectamente puede confundir nuestra actual plenitud material y libertinaje sexual, con acaso un estadío vitalmente superior al que le tocó vivir a generaciones pasadas.
Y eso, las más de las veces, es simplemente un pecado de soberbia, cuando no de ignorancia, y delata una falta de contacto con la realidad –por no decir nada de un desconocimiento histórico– BRU-TAL.
(Acá abro un paréntesis para aclarar que algunos de ellos SÍ parecen darse cuenta de ello, aunque sólo en parte, lo cual, obviamente, les genera, como casi todo por cierto, un fuerte sentimiento de culpa, de “contradicción interna”; ustedes saben: el típico cuadro de histeria de clases que de a ratos les hace fetichizar de forma perversa la pobreza y el dolor ajenos. ¿O por qué creen si no que dos por tres van a los asentamientos a sacarse fotos en blanco y negro? A continuación, un ejemplo de esto que les estoy diciendo:
«Hace un mes, más o menos, que estoy escribiendo para la diaria (…) ¿Por qué estoy yo en este lugar? (…) Como si yo hubiera hecho algo, desde el escritorio, teléfono en mano, tomando jugo y estampando huellas en el teclado. Tengo miedo, sí, pero no por mí. No por las consecuencias que pueda sufrir. No porque ser periodista y decir ‘lo que no se dice’ es peligroso. Tengo miedo porque yo, con mis palabras, con mis sesgos y mis entrañas, con mis huesos y mis desconfianzas, le estoy contando a algunos como creo que son las cosas (…). Me parece más cobarde ignorar que tengo privilegios. Me parece más cobarde no usarlos, con la conciencia de que por azar estoy yo acá y no asesinada o explotada, para tratar de que de alguna manera -no sé si escribiendo, marchando o llorando- este sistema me deje de poner a mí acá, contándolo y a los otros allá, sufriéndolo.«

A lo que voy con esto, es que nuestra creciente tendencia a amariconarnos, a concebir la política y el pasado histórico únicamente en términos afectivos (¿Alguien se acuerda de cuando los “activistas sociales” no se definían exclusivamente por su postura u orientación sexual predilecta? ¿Cuando aún eran capaces de mirar más allá de su propio ombligo y ponerse de acuerdo en el hecho de que lo que beneficia a unos pocos, no necesariamente beneficia al resto?), a exigir y padecer la igualdad en todos los órdenes de nuestra vida, está empezando a hacer mella en nuestras cabecitas.
El «ocio con dignidad» (“otium cum dignitate”, como se le decía en tiempos de la República a las actividades del patriciado romano) toma cada vez más protagonismo en la vida de los universitarios progres. Y claro, a medida que estos se alejan de la realidad mundana para encerrarse tras una butleriana cortina de pedos, la fantasía y exceso de capricho empieza a nublar sus ideas, y como resultado de ello, todo ápice de sentido común se desvanece.
Es importante esto que estoy diciendo, porque, quiérase o no, esta gente detenta ahora mismo las perillas del poder mediático. Fíjense si no, por poner un ejemplo, cómo desde esos ámbitos todo el tiempo se confunde a los más jóvenes, se esteriliza su consciencia en aras de hacerles creer que mujer y hombre son exactamente la misma cosa.

Esta antipatía que sienten las clases cosmopolitas urbanas del Cordón Sur y de la capital hacia «los varones blancos y occidentales«, no es nada más ni menos que una forma soterrada de clasismo, cualquiera lo puede ver; sin embargo, la vieja estrategia de «divide y vencerás» que aplican los organismos internacionales y las ONG locales se está alimentando de ella para sembrar la discordia entre nuestra gente.
Si la cosa sigue este rumbo, les aviso que dentro de pocos años la república bolivariana de Montevideo será un territorio poblado de tribus urbanas sin nada en común entre ellas, todas enemistadas las unas con las otras. La misma realidad que antes dábamos por sentado, el sentido de comunidad, TODO está siendo puesto en entredicho por este lobby de ilustrados, y el resultado será –lo veremos dentro de un tiempo– NEFASTO.
Pero, todavía no respondí la pregunta que me planteé al principio de este artículo: ¿Por qué se ofenden tanto los progres? ¿Por qué tienen la piel tan fina? Mi humilde opinión es porque cada vez están más al pedo y, ya lo dijo Nietzsche, “en tiempos de refinamiento y prosperidad material, hasta las picaduras de los mosquitos parecen sobrado crueles y malignas”.
Mi consejo para ustedes, pitucas hermosas, es que empiecen a buscarse un problema honesto. Qué sé yo: aprendan a trabajar el mármol, a reparar acueductos, a cultivar la tierra. Parece una boludez esto que les estoy diciendo, pero, cuando Roma caiga, vamos a necesitar gente que sirva para algo, y ya que entre sus filas no veo a ningún Horacio ¿Quién sabe? Por ahí eso se les da bien…
“Un buen remedio hay contra las filosofías pesimistas y la excesiva sensibilidad que, a mi parecer, son los verdaderos males de hoy; pero tal remedio parecería demasiado cruel y sería contado entre los indicios por los cuales se asegura que la vida es un mal; pero en fin, el remedio de las miserias imaginarias son las miserias verdaderas.”
- “La gaya ciencia” de Friedrich Nietzsche (1882).
Ah, y no se olviden que mañana juega Uruguay, manga de putos.
Felipe Villamayor.