«El odio lo explica todo» de Jim Goad


La incitación al odio es el concepto más orwelliano que ha surgido del ocaso del siglo XX. Es especialmente engañoso porque se oculta tras una máscara de Cara Feliz. Casi todo el mundo quiere estar del lado del amor, ¿no? Como todas las ideas peligrosas, la noción de la incitación al odio suena bien hasta que uno se pone a desmantelarla pieza por pieza. El primer problema está en la imprecisión del término. La incitación al odio, al parecer, se refiere a todo lo que ellos odian. Mediante una exposición incesante a una imaginería bienintencionada y jabonosa, se le ha lavado el cerebro a gente por otro lado inteligente hasta hacerles creer que el “odio” es una explicación satisfactoria para cualquier acción humana. Reducir las luchas sociopolíticas complejas a un asunto de “odio” es tan simplista como culpar al “pecado”, pero se lo tragan.

La primera ley americana sobre incitación al odio fue la Ley de Sedición de 1798. Apenas veinte años después de que la Declaración de Independencia abogara por derrocar al gobierno británico por la fuerza. Te presento al nuevo jefe, es igual al antiguo jefe. Se convirtió en delito punible decir o publicar cosas que pudieran “incitar el odio popular” hacia los responsables del gobierno. Así que puede que todo este tinglado de golpearse el pecho con lo de la “incitación al odio” tenga menos que ver con el racismo que con la crítica al gobierno. Ahí queda el alboroto de la incitación al odio deconstruido.

Así que ahora el odio es el enemigo que temen los expertos. Como todo lo que se teme, es algo que no entienden. El problema con la mayoría de los “expertos” en odio es que parecen sinceramente desconcertados ante lo que lleva a la gente a odiar. Son conscientes de que el odio les rodea, pero no saben por qué. No parecen ser gente que alguna vez haya tenido una causa legítima para sentir un odio ardiente y frustrante en sus vidas. La gente de Irlanda del Norte sabe lo que es odiar. Los negros de Estados Unidos conocen el sentimiento. Pero los expertos se rascan la cabeza y exigen más subvenciones federales para resolver el problema.

Algunos quieren de verdad que nos gastemos millones de dólares para investigar la causa del odio humano. Te imploran que combatas el odio. Quieren que lo mates, que lo aplastes, que lo asfixies, que lo extermines. Ciegos como murciélagos, se les escapa que el problema no es el odio sino la naturaleza humana. Sobre todo cuando la naturaleza humana se codea con la riqueza y el poder.

¿Por qué odia la gente? Es una emoción humana natural, no una aberración siniestra. Del mismo modo que el amor deriva de la satisfacción, el odio procede de la frustración. El odio es tan útil como el amor y a menudo funciona mucho más rápido. La manifestación del odio suele ser más honesta que la manifestación del amor, y siempre es mejor que la ambigüedad. Algunas cosas parecen merecedoras del odio. La gente odia que se le mienta, sobre todo cuando pueden morir a causa de esas mentiras. La gente odia cuando los otros se muestran indiferentes a su situación. La gente odia al darse cuenta que les están robando y no pueden hacer nada al respecto.

El odio viene de la impotencia, mientras que el desdén (como el que los agrandados pitucos de los medios muestran por el etno-geo-ideológico mundo redneck de agitadores) suele reservarse más a menudo para las clases más acomodadas. La gente pobre odia, los ricos muestran desdén. Los poderosos siempre han contemplado a los impotentes con un desprecio arrogante que podría perfectamente calificarse de odio. Así que no están en posición de hacerse los santos con la llamada incitación al odio.

¿Cómo puedes protestar por la opresión (supuesta o real) y sonar acaramelado? La clase más importante de discurso que hay que proteger es el discurso del odio, porque suele contener verdades desesperadas que perderían su urgencia si se expresaran con calma. Casi todas las revoluciones a lo largo de la historia difícilmente podrían denominarse actos de amor.

Quizás están lavando el cerebro a todo el mundo para que se amen los unos a los otros porque se han dado cuena de que si no todos nos pelearíamos por el mismo trozo de pan.

Jim Goad.


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