
“Tu izquierda es mi derecha.”
Sé que hay cosas que está prohibido decir. Sé que hay cosas que está prohibido pensar. Pero, paradójicamente (o quizás a causa de esto), son las únicas cosas que para mí tiene sentido discutir.
En este caso, una de las palabras preferidas del régimen y sus funcionarios: «Democracia»; una palabra grave o, como también dicen las profesoras más veteranas de idioma español, llana.
De-mo-cra-cia; la sílaba tónica recae en la penúltima sílaba (es decir, en “cra”). «Democracia» es el tipo de palabra que deja un sabor rico en la boca. No sé si en esto tiene algo que ver el diptongo en “ia”, pero lo cierto es que si decís que algo es una democracia, se asume de entrada que es algo bueno, justo.
Y, sin embargo, al día de hoy, no parece haber mucha gente que de boca para afuera pueda hacer un listado extenso de las virtudes que entraña dicho régimen. Supuestamente (y esto no lo digo yo, ojo, sino “los expertos”) el respaldo a esta forma de gobierno parece caer año tras año. De lo que se deduciría, entonces, que cada vez más personas estarían dispuestas a apoyar un régimen alternativo al pacto democrático.
Bah, al menos esas parecen ser las conclusiones de “prestigiosos” estudios como los de Latinobarómetro o cualquiera de esos que una vez al año pasan en los informativos. Pero estas conclusiones son falsas, y su propósito ulterior es el de generar alarma en la opinión pública. Lo cierto es que el sentir colectivo respecto a las virtudes y debilidades del régimen actual, podría resumirse más bien como apático; en otras palabras, “es lo que hay, valor”.
Hay una anécdota famosa de Lenin y el genial artista francés Jean Cocteau. Homero Alsina Thevenet la reproduce en su libro «Una enciclopedia de datos inútiles”; sin embargo, aclaro desde ya que dicho relato no tiene nada de inútil, sino que en realidad logra capturar a la perfección el espíritu de época de principios del siglo pasado.
Si mal no recuerdo (estoy parafraseando de memoria, así que disculpen cualquier error) corría el año 1910. Francia era un hormiguero de bohemios y demás haraganes. Una noche, Cocteau asiste a una pequeña reunión celebrada en un café parisino. Allí, se sorprende mucho con la presencia de un desconocido de bigote y perilla. “¿Y vos quién sos?”, le espeta a aquel arrogante petiso. “Los hombres me llaman Vladímir Ilich Uliánov. Aunque algunos me conocen también por el apodo de Lenin. Actualmente estoy complotando para la destrucción del régimen zarista. Voy a arrasar con la clase burguesa, y luego voy a imponer la dictadura del proletariado. Ahora edito un pequeño periódico cuyo título es Iskra (en español, “La chispa”), el cual será la primera semilla de un cambio que hará temblar los cimientos del mundo. Seguro lo conoces”, le contestó (o más bien declamó), el futuro dictador, serio y sin pausas.
De inmediato todos se rieron de él y dijeron algo así como “pero qué simpático petiso”.
No debo ser yo el único que percibe en la actualidad ese tufillo tan propio de los periodos prerrevolucionarios. Y no es casual. ¡Y es que se está por venir el estallido, gurises! Hablo de la MALA MALA; y escúchenme bien: ¡Nos van a hacer trizas!
(O quizás no, lo cierto es que uno nunca puede estar seguro de nada…)
Pero la democracia. ¡La democracia! Esa palabrita mágica cuya simple pronunciación otorga virtudes. ¡Democracia, democracia, democracia, democracia, democracia, democracia, democracia, democracia!
Y no soy yo el único que se ha percatado de los efectos extraordinarios de tan mentada palabra. A Fernando Pereira, ese afamado topo haragán, asiduo visitante del balneario de José Ignacio, le encanta usarla siempre de comodín para advertir sobre los peligros que supuestamente nos supondría alejarnos de ella; Andrés Danza, gacetillero de piel grasienta y calva incipiente, director de uno de los semanarios favoritos del régimen, suele decir valientemente y para el aplauso de sus seguidores en Twitter que “el asunto no es ser de derechas o de izquierdas, el asunto es creer o no en la democracia.”
Claramente esta gente no quiere ver o, mejor dicho, no les conviene ver, que categorías como “izquierda” o “derecha” ya no poseen facultad demarcatoria alguna; que lo que se nos prepara desde afuera es la imposición de un nuevo régimen plutocrático que quizás varios despistados podrían tildar de “centro”, pero JAMÁS de izquierda o derecha, ¡Por Dios!… Por lo menos en lo que refiere a la acepción clásica de esos términos…
Pero, todavía no aclaré de qué hablamos cuando hablamos de democracia: ¿Qué es una democracia?
Y…, según los que saben, “un sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por medio de representantes” (RAE); “una forma de organización social y política en la que los miembros son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen conforme a mecanismos contractuales” (Wikipedia), etc., etc..
La verdá, tengo mis serias dudas en cuanto al verso ese de que la democracia responde a los intereses del “pueblo”. De ser así, no despertaría en él ese sentimiento de insatisfacción que gobierno tras gobierno lo embarga.
Muchas personas (entre las cuales me incluyo) incluso han llegado a exigir el derecho a renunciar a su voto. Palabras más, palabras menos, arguyen que es inútil acudir cada cinco años a las urnas. Creen que políticos de carrera como Jorge Gandini o Carolina Cosse están nada más que para la de ellos; para administrar los bienes públicos para su propio beneficio, y no para el de los demás.
Y esto en realidad no me parece tan difícil de demostrar; sin ir más lejos, fíjense si no cuánta plata gana Gandini y cuánta plata gano yo (o ustedes). Yo laburo más horas, por supuesto (igual que ustedes, imagino), y además hago una tarea que me exige más preparación que la de simple diputado (de nuevo: igual que ustedes y la mayoría de los uruguayos); pero, sin embargo, con la plata que cobro, apenas me da para llegar a fin de mes y hacerme algún gustito.
Se sobreentiende que menos que menos me da para alimentar a una familia o acceder a un apartamento lujoso en Punta Carretas –como es el caso de Carolina Cosse.
Ahora, Gandini, juzgando por el ancho de su estómago y el de sus hijas y nietos, sí tiene como para tirar manteca al techo. Su linaje va a prosperar, su descendencia no conocerá dificultad ninguna (seguramente, como ocurre con seres de esta calaña, en un futuro no muy lejano pasarán a formar parte del resto de la gilada woke y terminen siendo todos una manga de putos y lesbianas y encarguen bebés in vitro, ¡Ahhh!); pero vos y yo, en cambio…
A lo que voy con esta breve digresión, es que parecería ser que cierta casta de individuos se ve sobrebeneficiada por la existencia de dicho régimen… Al menos en su formato actual.
“Es obvio”, me van a decir, “Todos sabemos que los políticos ganan platales”. Bueno, pero de ser así entonces más a mi favor. Si te parece que es injusto un régimen en el que se dan estas condiciones, ¿Por qué no discutir cómo mejorarlo? ¿O por qué no cambiarlo de raíz, incluso? ¿Qué, acaso se creen (y acá el verbo “creer” es fundamental, porque varios de estos ilustrados parecen tener fe en la democracia, casi como si se tratara de una cuestión dogmática, religiosa, ¡Y ojo, que después ellos tienen el tupé de despotricar contra Cristo y la iglesia!) que la democracia es la forma final de gobierno en la historia, la más perfecta de todas?
Permítanme dudar de ello, damas y caballeros, aunque la duda me termine costando años de cárcel y la muerte social…
Esperen un momento: ¡¿Acaso dije años de cárcel y muerte social!? ¿Pero, cómo? ¿No era que vivíamos en una democracia y por lo tanto había libertad de expresión para discutir lo que sea? ¿A dónde fue a parar ese bonito verso de “no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo”?
Bueno, todos sabemos que actualmente en la práctica esto no es así; que al día de hoy existe una larga lista de cosas que está prohibido decir o pensar; que, como en los mejores años del estalinismo, vivimos en un régimen signado por el miedo y la desconfianza, donde cualquier comentario u opinión negativa sobre, por ejemplo, x grupos de personas o, x serie de medidas restrictivas, puede implicar la denuncia y el consiguiente estigma social…
¡Pero mirá vos, quien lo diría!… Parecería ser que entonces la libertad de expresión NO ES uno de los pilares del régimen actual. Ojo, que tampoco lo son la transparencia (¿Acaso alguien se acuerda de la cantidad de contratos secretos que se vienen firmando durante los últimos tiempos?); ni siquiera la tan mentada “voluntad general” de la que hablaba Rousseau cuando proponía su famoso contrato social. Fíjense si no, cómo ahora en pos de un mundo más progresista se ha dividido a la población en un pequeño puñado de tribus urbanas sin nada en común entre ellas (salvo, por supuesto, la exigencia de una felicidad fundada en la gratificación instantánea y en el más perverso libertinaje erótico-polimorfo).
Ahora ya no es más el bien común y homogéneo el que nuclea nuestros vínculos sociales, sino cuánto puedo consumir del otro para mi placer y/o ilusión de identidad propia. ¿No les ha pasado de salir a la calle y ver cómo el 90% de la gente que se cruzan no tienen nada que ver estética y culturalmente con ustedes? ¿Acaso no les ha pasado de salir a caminar por 18 de Julio y sentir ese vértigo y alienación tan propios del extranjero?
Y miren que no es raro, no… Y es que el mismo sentido de comunidad y tradición (los valores del esfuerzo y la excelencia, por ejemplo, el orgullo de pertenecer a un mismo proyecto de país), tan vital en un principio para erigirnos en tanto estado nación, ha desaparecido.
Todo parece apuntar a un cambio de época, a un cambio de sensibilidad. El nuevo régimen que se está fundando a nuestras espaldas necesita de un tipo de individuo nuevo, preferentemente un hermafrodita apátrida con barba y colita, sin ataduras morales y sociales; uno en cuya esterilizada consciencia no haya lugar para los valores tradicionales de la religión y la familia, instituciones que, de no ser directamente abolidas, pasarán a desestructurarse hasta volverse irreconocibles; ésta última, por poner un ejemplo, en la actualidad ya no se ve más supeditada a esa dinámica clásica de deberes y obligaciones que antes regulaba las relaciones entre sus miembros. Ahora ya es una cosa ridícula. Dentro de poco, van a ver, llegaremos al extremo en el que sin ningún complejo los padres inviten a sus hijos a tomar merca, las madres se abran cuentas en OnlyFans con sus hijas y se prostituyan sin culpa, como las buenas feministas empoderadas que el régimen quiere que sean.
¡Van a ver!: dentro de quince o quizás veinte años NADIE se va a acordar siquiera de las fechas patrias; menos que menos de cualquier evento histórico que no sean los desaparecidos o la entrada y salida de la dictadura; al contrario, sólo celebraremos fechas internacionales patrocinadas por el nuevo régimen (el día de la homosexualidad, el día de los mártires desaparecidos, el día de las mujeres, el día de la mujer feminista, el día de las mujeres con pene, el día de la mujer que abortó más de tres veces, etc., etc.,)
La democracia es una mierda, sí, pero tampoco hay que engañarse: el pacto democrático hace ya mucho tiempo que expiró. Hoy en día, ni siquiera el proceso electoral tiene validez alguna, puesto que, como bien vimos en otros países de la región o en USA, si no se ve apañado tras bambalinas, es manipulado groseramente por la prensa y el aparato financiero extranjero.
Por eso, ya ni siquiera tiene sentido acudir a las urnas; indefectiblemente el resultado va a ser siempre el mismo: vos perdés y ellos ganan.
Y ustedes se preguntarán, «¿qué vamo’ a hacer entonces, gurises?»
Y yo creo que tengo la respuesta: Ji-Had, hermanos. ¡JIHAD!

No, no, mentira; joda, joda. Y… Yo qué sé. Sentate y miralo arder; hay que admitir que es una experiencia cuanto menos interesante…
Felipe Villamayor.
Una respuesta a “Empiezo a tener serias dudas sobre la democracia, el estado uruguayo, mi futuro y el de ustedes…”
Ni la modernidad,ni la democracia, ni el progreso sobreviven a un corte de energía eléctrica de unos meses…