
Antes de empezar con el artículo propiamente dicho, me gustaría hacer un par de aclaraciones muy pertinentes: creo que el arte, la religión y las humanidades se cuentan fácilmente entre los campos de estudio más fascinantes y gratificantes que hay.
Punto. Eso no hay quien lo discuta. Creo, además, que dichas disciplinas son capaces de ponernos en contacto con Verdades profundas, intuiciones que existen más allá de los límites de la razón y de los cuadrados márgenes de nuestra cientificista actualidad. Después de todo, es la imaginación del hombre la que nos terminó por traer a este atolladero; Dioses y palabras es todo lo que había al principio y con seguridad todo lo que habrá al final.
Hechas estas aclaraciones, les propongo imaginarse el siguiente escenario: el día de mañana, sólo porque sí y dispongo del capital para ello, decido abrir una academia musical. Mi propósito es enseñar a mis alumnos cómo interpretar y componer piezas musicales de la más variada índole. Ahora, el problema es que yo carezco de talento y oído musical, nunca logré cultivar la destreza y dedicación suficientes como para poder dominar un instrumento, además de que tampoco sé apreciar en su justa medida una pieza de –pongámosle– Bach, Mozart o Schumann.
Como si esto fuera poco, resulta que los alumnos que asisten a mis clases padecen de una enfermedad misteriosa (aunque por suerte no crónica), una enfermedad que los hace sordos a cada una de mis –ya antes de empezar– frustradas lecciones.
¿No sería mi academia con toda razón considerada un fracaso?
Algo similar, aunque en realidad mucho peor, ocurre en la actualidad en nuestras aulas liceales y universitarias.
Que levante la mano quién no sufrió durante su adolescencia escuchando las soporíferas lecciones de una profesora que jamás en la vida pudo escribir un relato corto –mucho menos familiarizarse con las normas básicas de la sintaxis y la ortografía–, diseccionar torpemente el Martín Fierro; o peor: con los esfuerzos inútiles de una de esas egresadas del IPA que intenta enganchar a sus alumnos recitándoles en voz alta la letra de una canción de No Te Va Gustar.
Cabría preguntarse por qué si la literatura es un arte hecho y derecho –igual que, por ejemplo, la danza, la pintura, la escultura, la arquitectura, etc.– ¿Por qué entonces la tratamos como una asignatura descartable? ¿Por qué hemos resignado su difusión y enseñanza a aquellas personas que justamente NO la dominan?
Antes de continuar con el presente artículo, debo aclarar que la primera parte de mi crítica al sistema educativo (a las humanidades en realidad, a la forma actual que han adoptado), se basa mayormente en mis experiencias y en la de mis conocidos. Más adelante me apoyaré en estudios y publicaciones que demuestren por qué es inútil incorporar estos saberes a la currícula pública, pero primero lo anecdótico.
Hace mucho tiempo que sospecho con razón que la enseñanza de literatura en secundaria está teniendo un efecto contrario al deseado; es decir: en lugar de contagiar el entusiasmo por la lectura a los estudiantes, actualmente los está inhibiendo de ella. Esto es grave, gravísimo, sobre todo para mí, que como ya aclaré al principio creo en la capacidad removedora de la literatura y de las artes en general para poner al ser humano en contacto con Verdades profundas.
Asimismo, debo confesar que mi derrotero como lector-escritor empezó una vez concluido el bachillerato, pues durante él no acostumbraba a ir hacia los libros, sino que más bien tendía a huir de ellos. Esto se debió en parte a la naturaleza prescriptiva que suponía para mí la literatura en aquel entonces (es decir, a la obligatoriedad de tener que leer sin falta determinados textos que, debido a mi inexperiencia de vida, me era imposible comprender cabalmente). Por eso, sólo una vez que abandoné la enseñanza secundaria y me acerqué por accidente a autores ajenos al canon oficialista, logré descubrir la literatura como un espacio de goce y producción personal.
Pero repito: este descubrimiento sólo pudo realizarse POR FUERA de esa red político-institucional que es secundaria, pues únicamente en los márgenes es donde debe y puede existir con toda profundidad la buena escritura.
Cabe agregar, además, que esto no es un hecho meramente anecdótico, sino que es algo que tengo en común con varios de mis conocidos y, quizás contigo, amigo lector.
Por supuesto que no faltará ahora el típico sabelotodo del IPA que me diga que estoy equivocado, que su materia favorita durante el liceo fue literatura, que a él sí que lo entusiasmaba recitar en voz alta la biografía de un autor muerto, o perder el tiempo con análisis y definiciones de figuras retóricas que en cinco minutos olvidará; que sí, que la verdad que no le gustó mucho el Martín Fierro y que, siendo franco, al día de hoy no sabe ni le interesa diseccionar la estructura de un cuento de Borges, pero que eso no importa porque, aun así la literatura es un conocimiento válido que hay que transmitir a los gurises (?); o PEOR AÚN, me vendrá con una justificación cargada de amaneramientos políticos y eslóganes galeanescos sobre la importancia del arte para generar «pensamiento crítico» (esto por supuesto es un eufemismo que emplean los profesores copados de izquierda, y que en realidad quiere decir lo siguiente: cuando cumplan la mayoría de edad, chiquilines, acuérdense de votar al Frente Amplio; y vos, si sos mujer, ni se te ocurra pensar en tener hijos; y vos, si sos hombre, replanteate tu masculinidad, fumá porro, sé irresponsable y hacete dar por el orto).
A lo cual yo contestaré con un:
No.
No.
No.
Como decía mi abuelo: «zapatero a tus zapatos». Si sos uno más de ese rebaño de infelices que no sabe qué mierda hacer con su vida y cree que ante dicho dilema no queda otra que vivir de las rentas del estado bajando línea política a sus alumnos, mi respuesta es no; al menos no con la literatura, pues la buena literatura NO ACEPTA la interlocución del estado, menos que menos la sujeción a cualquier tipo de oficialismo berreta.
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ENTREGUEMOS LA UNIVERSIDAD (O AL MENOS UNA PARTE DE ELLA); ATREVÁMONOS A SER LIBRES
“Como es sabido, los estudios universitarios de letras no ofrecen casi ninguna salida, salvo a los estudiantes más capacitados para hacer carrera en la enseñanza terciaria en el campo de las letras: se trata, en resumidas cuentas, de una situación bastante graciosa en la que el único objetivo del sistema es su propia reproducción y que genera una tasa de desechos superior al 95%.”
- “Sumisión” de Michel Houellebecq.
Hace poco, Javier Milei, líder del espacio político argentino “La Libertad Avanza”, provocó una pequeña controversia al asegurar que en caso de que llegase al poder privatizaría el famoso Conicet (sigla de “Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas”).
Al parecer, durante los últimos años dicho organismo no ha hecho sino expandirse (en total, emplea al día de hoy algo más de 28.000 funcionarios, y es de esperar que, como cualquier otro organismo estatal, su propia lógica lo impela a crecer AÚN MÁS); su –por llamarla de algún modo– «producción científica», sin embargo, no ha estado exenta de risas. Entre algunas de las investigaciones que ha financiado dicha entidad se cuentan estudios tan importantes como:




Creo que a estas alturas se sobrentiende que un organismo público, aparte de pertenecer al estado o a su ámbito administrativo, debe procurar atender los intereses e inquietudes de la población mayoritaría, y no únicamente rendir cuentas y beneficios a grupos de poder minoritarios. Saco esto a colación porque a veces juro que es tanta la influencia de determinados grupos de presión en todo lo que concierne a la cosa pública, que me vienen serias dudas sobre si realmente vivimos en una democracia hecha y derecha o en una oligarquía…

No se crean, sin embargo, que esta polémica nos es por completo ajena; no, no.
Lo cierto es que en varias carreras de la mal llamada «Área social y artística» de la Udelar, existe en mayor o menor grado la misma problemática; es decir: un amplio número de funcionarios e investigadores cuyo trabajo se da de espaldas a los intereses e inquietudes de la mayoría, generándose como resultado de ello un perversísimo juego de suma cero, mediante el cual un pudiente lobby de intelectuales acapara para sí una parte nada despreciable de las rentas estatales.
Quiero aclarar antes de continuar que no me opongo necesariamente a TODAS las investigaciones que se llevan a cabo en la Udelar, ni mucho menos; sin embargo, lo que sí me parece criticable es este torremarfilismo del que hacen gala áreas como psicología, humanidades o ciencias sociales, las cuales creo que en su forma actual funcionan en detrimento de la sociedad misma, y, por lo tanto, creo yo, no se les debería asignar ningún tipo de recursos, sino que, por el contrario, habría que trabajar progresivamente para dejarlas en manos de privados, los cuales con el tiempo podrán decidir por sí mismos qué le es útil de ellas y qué no.
Y es que, seamos sinceros, ¿A quién carajo le importan estudios tales como «Persecución a las disidencias sexogenéricas durante la dictadura» o «Transversalizar la temática de género en el carnaval desde la academia»? ¿En qué sentido reflejan o repercuten dichas investigaciones en los problemas reales y cotidianos del uruguayo medio?
En nada.
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PRIMERO FUE UN MECENAS, LUEGO LA BOHEMIA; ¿AHORA TIENE QUE SER EL ESTADO?
- “La universidad entregada” de Alma Bolón.
Esta frase, sacada de contexto, parece algo escrito por Eduardo Galeano en una editorial de Brecha; es, a su vez, una afirmación tonta y maniquea. Por supuesto que hay empresas cuyos procederes contractuales dejan mucho que desear, y que a veces funcionan en injusto menoscabo de una de las partes involucradas (pero a ver…, entiendo que en este caso en particular es tanto culpa de UPM como de nuestros representantes, quienes actuaron de espaldas a sus representados, por lo tanto…), pero aquí lo que detecto es ese prejuicio tan extendido entre el funcionariado público de izquierdas, ese prejuicio que ve con malos ojos toda iniciativa que abjure de cualquier gesto de estatolatría. Una casa editorial, por ejemplo, es una actividad privada, y si bien su propósito es el de generar lucro a través de la publicación de libros y revistas, en su afán por hacerlo también provee a la población de un producto de interés (discúlpenme mi lenguaje capitalista, aún no logro ser una persona cool y de izquierdas); aunque yo me atrevería a decir también que el rubro empresarial entrañe aún más matices; recuerdo, por poner un ejemplo, trabajar en una librería bastante popular en la que mes por medio venían cajas y cajas repletas con títulos de Jorge Luis Borges, sin embargo, es sabido por todos los libreros del Uruguay que en la actualidad el autor argentino vende poco y nada, ¿Por qué Penguin Random House se esfuerza tanto en editarlo entonces? Hmmm.
Lo que quiero dejar en claro a cualquier desprevenido lector es que, tanto como por omisión o elección, cualquier pensador e intelectual que integre el aparato burocrático del estado es, lamentablemente –le guste o no– uno de sus volanteros. Algunos de ellos, sin embargo, se sienten incómodos pues ven entre sus filas el surgimiento de una nueva ola de burócratas iletrados: activistas, profesores, psicopedagogos, asistentes sociales y un larguísimo etcétera, que, cual nube de langostas viene a arrasar con su monopolio ideológico y sus vitalicias prebendas (por ejemplo, en humanidades los estudiantes ya no quieren leer cuentos y novelas a partir de la cháchara marxista o freudiana, sino que a partir de la perspectiva racial o de género, y esto, por supuesto que no cae en gracia a los más veteranos).
Claro que todas estas rencillas internas son ajenas al ciudadano medio, quien, sin saberlo, mes a mes ve su bolsillo languidecer, ocupado como está en financiar los caprichos y pasatiempos de sus coetáneos más pudientes. Porque, no nos engañemos, de eso se trata hoy en día el estudio de carreras como psicología, comunicación o ciencias sociales. Eso es lo que está promoviendo su gratuidad y fácil acceso. Con esto no estoy queriendo decir que sean por defecto disciplinas totalmente inútiles, no, pero creo, sin lugar a dudas, que funcionarían mejor no estando supeditadas a los intereses del burócrata de turno; porque el día de ayer fueron Marx y Freud, hoy son el feminismo y la dictadura militar, y si la cosa sigue así, mañana no sé qué teoría o modita será, pero adivino que su grado de trivialidad llegará a tal extremo que a los ojos de cualquier persona con dos dedos de frente las humanidades no se recuperarán JAMÁS del barro infame en el que las habremos hundido.
John Cheever dijo una vez que un escritor «se presenta más bien solo y determinado a instruirse por su cuenta». Esto me parece una verdad GRANDE como una casa, y por eso créanme que no entiendo a aquellos intelectuales que para sobrevivir necesitan permanentemente del amparo de un estado benefactor. Después de todo, si para escribir o investigar algo por tu cuenta se te vuelve un imperativo que un tercero te dé dinero, debe ser que en primer lugar ese asunto que estás queriendo tratar no concita lo suficiente tu interés, y por lo tanto ya de entrada me parece que no vale la pena que lo abordes.
Sospecho, a su vez, que en la actualidad es la gente mediocre la única capaz de cultivar la ambición y paciencia necesarias como para hacer carrera dentro de la mal llamada «Área social y artística», pues cualquier artista o pensador que valga la pena desdeñará casi que por necesidad la subvención o el visto bueno del aparato estatal, el cual frecuentemente suele presentársele como un obstáculo para la producción de su obra, y no como un aliciente.
Es por eso, que visto como está de encarajinado el panorama actual, me parece innecesario y hasta contraproducente la existencia de un «Área social y artística» dentro de la Udelar. Ni qué hablar de las investigaciones que allí se llevan a cabo, las cuales además de ridículas e intrascendentes generan la nada disparatada sospecha de que, en lugar de tratarse de un ámbito de producción y análisis académico serio, dicha área sería más bien una suerte de cotolengo para el aglutinamiento de futuros activistas y empleados públicos; ya saben, esa clase de burócratas que precisamente al día de hoy son los que menos nos estarían haciendo falta, sobre todo teniendo en cuenta que una parte nada despreciable de nuestro país diariamente se ve condenada a la miseria.
Por eso, hagamos de antros como comunicación, psicología, humanidades o ciencias sociales una especie de club de fútbol de la Premier League; adoptemos la mentalidad imperante en dichos ámbitos y a partir de ahora sólo convoquemos a dar clase a los mejores, a las eminencias del mundo intelectual, y a su vez a los estudiantes más prometedores, aquellos que demuestren aptitud y destreza en el área de las letras y no únicamente a los que se anoten allí por descarte; desburocraticemos masivamente el sistema terciario y restrinjamos a la vez su fácil acceso y gratuidad (dichas cualidades deberían sólo asignarse a aquellas carreras de mayor demanda: medicina, programación, ingeniería, etc.) en aras de no gastar más recursos de los que poseemos. Si para hacer esto hay que pelearse con Dios y el diablo, adelante. La lucha por el poder implica muchas veces la toma de decisiones difíciles y aparentemente impopulares; si nuestros gobernantes son tan cagones que ni siquiera se atreven a hacerle una auditoría a esta manga de hijos de puta, que vengan otros que sí tengan los huevos necesarios.
Felipe Villamayor.
3 respuestas a “Por qué la materia «literatura» debe desaparecer de los programas de enseñanza secundaria (y también de la Udelar), parte I”
Arriba, Felipe, que bueno tener un escritor joven que toque con inteligencia temas acuciantes de la actualidad. Y que, sobre todo, les de duramente a las feministas. Gran abrazo.
Me encanta leerlo. no soy una lectora que le podria dar lustre. No. Muy mediocre. Y muy mayor. Coincido con su posicion en temas trascendentes en la educacion de hoy en nuestro pais. Fui docente y decente frente a mis alumnos en la enseñanza publica. Pero, lo bueno es que no coincido en todo con Usted. No me gustan las palabrotas, innecesarias siempre. No coincido con su postura en el tema Salle. Hoy mismo participo infantilmente en el acto en Florida….Coincido con respecto al IPA, yo que oficialmente fui considerada egresada de ese instituto…..y en muchas de sus valoraciones, extensas para nombrar.
Sinceramente me gusta leerte, aunque nunca me pasó de profesoras que intentaran enganchare con canciones de No Te Va Gustar…, aunque si una me ha hecho analizarlo desde el punto de vista filosófico y salió algo muy raro de todo eso jaja.
Ya fuera de bromas, sería útil incorporar estos saberes en la currícula pública si se hiciese desde lo objetivo, es decir, no meter propaganda política e involucrar a profesores con méritos (o mínimo sepan inspirar a los alumnos y no hacerlos huir de los libros) no a cualquier loquito que se recibe y no sabe escribir «hola» sin omitir la h. Es importante que el Estado no meta sus intereses (https://www.montevideo.com.uy/Noticias/El-56-de-los-estudiantes-de-Formacion-Docente-tienen-nivel-bajo-en-lengua-informo-Silva-uc859493 para que se vea que no es locura mía xD). Sin nada de eso metido haría un mejor aporte a la sociedad.
Lo mismo aplica para las carreras del área social y artística; si cambiasen el programa y los objetivos valdrían más la pena. Por otro lado, psicología es una pena que esté metida en este enrollo, es una carrera interesante y útil que puede hacer grandes aportes a la sociedad si no metiesen ideología de género y similares que arruinan la experiencia. Lo peor es que está metida en el área de ciencias de la salud, área que es MÁS OBJETIVA que la social y artística.
pd: Los estudios argentinos… bueno… Argentina se supera cada día (para mal). Me ha dado ideas para escribir algunos cuentos, a ver que sale en estos días.
p2: Recuerdo que un parcial de literatura en quinto año sobre Ruth lo salvé más que nada porque estudié durante más de diez años la Biblia y sabía perfectamente que escribir (aún la estudio, pero autodidacta) xDDDD