Tres cosas que hice inmediatamente después de que la zorra finlandesa aquella me echara del laburo (y que la verdá, ahora que lo pienso, quizás no debí haber hecho ft. @TomerUrwicz)


#3. Componerle un poema de mierda a la puta en cuestión

Poema para Pia [apellido impronunciable]

Para: (dirección de correo electrónico censurada)
De: (dirección de correo electrónico censurada)
Carpeta: borradores


Elige la vida, elige el éxito, elige vivir a un par de cuadras del shopping, en un monoambiente en el Cordón sur o en Avenida Brasil y la rambla.
Elige «progresar», creer que algún día serás un millonario del bitcoin, una influencer que viva de hacer coreos boludas en TikTok.
Elige la efimeridad, la fantasía, la mentira (cualquiera sea esta) que te permita vivir enchufada atrás de un escritorio, juntando polvo en tu enorme e infértil vagina.

Elige la cobardía, el acomodo, la obsecuencia, la realización mecánica de trabajos inútiles, el «Uruguay Natural» y todas sus zonas francas.

Elige vengarte de Dios, destruir el viejo orden, creer que el universo es «meramente una azarosa distribución de partículas elementales», ser tan o incluso más cruel que el santo oficio o la inquisición, elige cambiar de dogma, preservar la intolerancia.

Elige la hipocresía, el sarcasmo, los buenos modales, la discreta maledicencia de oficina. Elige convertirte en un «animal político», balbucir nimiedades y eslóganes en liturgias oficialistas, ser un día un artista, un intelectual, un lameculos del poder, currar en concursos de fondos públicos y menstruar semanalmente una columna o dos en La Diaria o Brecha.

Elige vivir siendo una mujer empoderada, tatuándote cada una de tus extremidades excepto el rostro, elige las políticas de género, la masturbación antes que el coito, la castidad digital, la muerte al macho y el «ni una menos».

Elige pagar alquiler de por vida, convivir dos o tres años con el novio-novia de turno en un cuchitril, doparte con Netflix y marihuana, luego aburrirte y cambiar de él o ella y servicio de streaming.

Elige el autoengaño y sus consecuencias nefastas para toda la vida. Elige hipotecar la bilis dentro de tu estómago, nunca evacuarla, sorprenderte cuando de pronto te joda la digestión, luego intentar convencerte de que no importa y seguir adelante; ahora viene la madurez, los cuarenta, los cincuenta, vivir cercada por una «íntima tristeza reaccionaria».

Elige nunca haberte desbordado de vida, nunca haberte pasado de rosca, marchar en silencio por 18 de Julio, formar parte de una raza de mierda de paganos hijos de mil puta.

Yo elijo lo otro.

La foto: No se crean el mito. Los vikingos son todos una raza de rubios maricones y conformistas. Si ponés a mil vikingos frente a frente contra los treinta y tres orientales, se mean encima.

#2. Ver a una pendeja comprar en una librería de viejo un ejemplar de “La tregua” de Mario Benedetti y ponerme a pensar que con los milicos estábamos mejor

Me cruzo con una de esas parejas curiosas que a veces uno puede ver rondando por los bares y librerías de viejo en la calle Tristán Narvaja. Él es uno de esos chiquilines desgarbados buenos para nada, con un cierto aire a agresiva timidez; ella, mientras tanto, parece ser la típica pendeja border que no tuvo padre y que de chica cagaba a palos a las compañeras más bobas del curso.

Los veo de lejos y pienso en la versión devaluada y tercermundista de Sid y Nancy. Como mucho, les doy tres o cuatro meses de noviazgo. Luego ella se aburrirá y encontrará un macho mejor. Uno más auténticamente canalla y que sepa tratarla como corresponde; es decir, mal.

La gurisa revuelve entre las bateas de ofertas que hay junto a la fachada de una de las librerías, buscando con ansiedad y expectativa alguna revista o best-seller viejo que más tarde poder devorar. De pronto, veo asomar entre sus dedos un ejemplar desgastado de “La tregua”, quizás la novela más famosa del escritor uruguayo Mario Benedetti. La gurisa detiene sus ojos en la contratapa y durante unos segundos lee extasiada la breve sinopsis.

Luego los dos tortolitos entran a la librería y poco después salen juntos y de la mano, con el libro balanceándose adentro de una bolsa.

La foto: O quizás me hicieron acordar a Limónov y su segunda mujer.

Yo debo haber leído “La tregua” dos o tres veces, hará hace al menos cinco o seis años. Y sé que actualmente, entre buena parte de nuestra intelligentsia, Don Mario es objeto de mucho desprecio, pero, la verdá, es que no guardo un mal recuerdo de ella.

Para nada.

Bueno, sí, capaz que ahora la leo y de tan mala que es se me cae de las manos, no sé (para ser honesto, tampoco me gusta ir por la vida dándome aires de crítico literario; sospecho carecer del vocabulario y de la formación adecuada para ello), pero en su momento reconozco que me supo seducir.
 
Si no recuerdo mal, era una novela breve, ágil, entretenida, escrita en formato de diario, cortada página por medio con alguna que otra reflexión de carácter onettiano, aunque para nada densa o ampulosa.

Hago memoria tratando de rescatar alguna imagen o pasaje suelto del libro y me doy cuenta de que soy capaz de hacerlo bastante bien; sobre todo en lo que refiere al Montevideo documentado en sus páginas, ciudad que, por supuesto, poco y nada tiene que ver con la de ahora…
… Bueno, sí, convengamos que esa atmósfera monocromática y de color sepia aún permanece viva o, mejor dicho, aún languidece cual fondo de pantalla detrás de nuestras vidas pero, a lo que voy, es que esa Montevideo local de fachadas art déco y tranvías eléctricos que al isabelino tanto le gustaba retratar, ya no goza de mucha actualidad que digamos…

Tampoco puedo decir lo mismo del protagonista de la novela, si mal no recuerdo, un oficinista gris, viudo y con dos o tres hijos a cargo quien, hoy en día, tendría muchos problemas para atraer a esa pequeña masa de jóvenes lectores que suelen consumir literatura de moda; hablo de ese tipo de libros que las grandes editoriales mandan a redactar por encargo a autoras como Tamara Tenembaum o Camila Sosa Villada; títulos en donde prima el activismo de género y se confunden las virtudes estéticas con lo meramente ideológico; obras con cierto espíritu polémico, sí, aunque en el fondo tremendamente solemnes y lavadas, bancadas, asimismo, por un lobby cada día más ubicuo.

Y claro, hoy en día aquellos jóvenes que quieran leer a Don Mario a partir de estas coordenadas ideológicas tienen todas las de perder. Y es que esos viejos tópicos sesentistas sobre los cuales el isabelino construyó su obra parecen haber perdido encanto.

Qué se le va a hacer.

Es sabido que en tiempos de deconstrucción y de licuados de palta, el existencialismo y Sigmund Freud están un poquito oxidados; dicho de otra forma, no venden un carajo. La gracia ahora va por otro lado. Nuestra extraviada economía global ha hecho de los milicos y de la vieja oligarquía nacional algo totalmente anacrónico. En este nuevo estadio del capitalismo son otros los que te cuentan las costillas con un palo y se te cagan de risa en la cara.

Justo ahora se me viene a la mente un pasaje de la novela en el que el protagonista pasea por el centro de Montevideo y se emociona profundamente al reconocerse en esa masa uniforme de peatones que recorre junto a él la ciudad. Creo que es un momento poderoso del libro. Al menos sé que me quedó grabado en la memoria. Sin embargo, hoy día, considerando el contexto cada vez más cosmopolita de nuestras ciudades, no creo que sea posible hablar de «lazos nacionales» o de suficientes elementos en común como para poder experimentar una catarsis similar a la que sufre el protagonista.

Bueno, miento, quizás el fútbol, la selección uruguaya, pero después de eso, nada más

#1. Leer en el celular un artículo de «El Observador» donde se explica que en Uruguay 8 de cada 10 suicidios son cometidos por varones; darme cuenta que él que lo escribió y los entrevistados no tienen ni puta idea de nada

Chatterton 1856 Henry Wallis 1830-1916

«Hoy es el día más triste de mi vida. La mujer que quiero, que he querido, me deja defraudado. Sé que en este momento no tengo nada que ofrecerte, sólo mi amor, pero parece que no alcanza. Sé que en muchos momentos me he portado de manera irracional, quizás por mi falta de trabajo. Por no poder afrontar, no tengo dinero para poder moverme, estoy quebrado… Tú sabes que cuando tenía, compraba cosas o casi toda la comida y podíamos salir a todos lados», reza una de las notas de «despedida» citadas en el artículo de “El Observador”. Durísima, ¿no? Al parecer, en Uruguay hay grupos de estudio encargados de recopilar y analizar este tipo de textos. La idea, según ellos, es encontrar alguna pista que ayude a los expertos a bajar nuestra altísima tasa de suicidios (actualmente, la más elevada de América Latina, con un total de 23,3 suicidas cada cien mil habitantes).

El problema es que estos especialistas, por lo que puedo ver, no han entendido nada.

¿Y por qué digo esto? Bueno, porque básicamente la conclusión a la que uno llega después de leer el artículo (y la que los propios especialistas están empecinados en creer) es la siguiente:

«8 de cada 10 suicidas son hombres. Pero la culpa es pura y exclusivamente de ellos, por no intentar parecerse más a las mujeres, quienes, pese a tener más condicionantes para consumar el suicidio, sienten una mayor carga de responsabilidad hacia sus familias, piden ayuda y siempre colaboran las unas con las otras».

Me dirán que lo que acabo de decir es un disparate, una tergiversación de los estudios e investigaciones de los «expertos» citados en el artículo (John Murphy, Pablo Heine, Víctor Hugo González, etc., etc.), ¡Pero el mensaje, cuando uno lee entre líneas, es ese!

Verán, hace un tiempo se puso de moda en los medios de comunicación la idea de que siempre que los hombres tienen un problema la culpa es de ellos; es decir, de los hombres; y que siempre que las mujeres tienen un problema la culpa también es de ellos; es decir, de los hombres.

¡Es increíble! ¡Es como si el solo hecho de haber nacido hombre acarreara de por sí una suerte de pecado original!

Y es que, según este relato fogoneado por Tomer Urwicz (el autor del artículo) y el resto de la casta mediática, el culpable siempre es el mismo: el onvre. Los hombres son los culpables. Ellos son la raíz de todo mal. Los hombres no hacen nada bien. Los hombres somos, en definitiva, una plasta de mierda. Y, juzgando por las altísimas tasas de muertes violentas (de las que, ¡Oh, sorpresa, somos nada más ni menos que las víctimas por goleada!) no servimos ni siquiera para oprimir a las mujeres, ya que, en lugar de matarlas a ellas (lo que deberíamos hacer, puesto que como es sabido vivimos en un sistema de opresión heteropatriarcal), ¡Los muy idiotas estamos más ocupados matándonos entre nosotros!

Esto es de no creer…

«Las normas de masculinidad funcionan a través de expectativas sociales y del autoconcepto (…) y estas normas dictan que los hombres siempre tienen que ser fuertes, racionales, dominantes, autónomos, independientes, activos, competitivos, poderosos, invulnerables, positivos», explica uno de los especialistas citados por Tomer Urwicz en su gacetilla, una vez más volviendo a poner en evidencia que el mal y la estupidez muchas veces tienen la particularidad de confundirse entre sí.

El problema con este tipo de diagnósticos –tan en boga hoy en día–, es que parten de la premisa equivocada de que hombres y mujeres venimos al mundo cual tabula rasa (es decir, sin cualidades constitutivas innatas), y que es la ley y la cultura vigente la que determinan nuestra forma de ser y de relacionarnos los unos con los otros.

Claro, uno perfectamente podría refutar esto hablando de las diferencias endocrinológicas entre ambos sexos, por poner un ejemplo, en cómo condicionan implacablemente nuestras conductas y emociones, pero sospecho que a esto Tomer Urwicz contestaría algo así como: «Tú no entiendes, Villamayor, tú eres un vil y vulgar machista. François Graña me enseñó en la carrera de comunicación que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres son una construcción social naturalizada y jerarquizada a lo largo del tiempo; todo, por supuesto, en aras de justificar el estatus social inferior de las mujeres».

Luego le pediría nudes a una de sus colegas de cultura o sociales (a la que sea que esté más buena en la redacción de “El Observador”), pero eso ya es otra historia.

El tema, en realidad, es que el aumento ininterrumpido de los suicidios masculinos es un fenómeno reciente, detectado hace apenas dos décadas, por lo tanto es un poco extraño adjudicar sus causas al ubicuo patriarcado o a la masculinidad «cis-heteronormativa», siendo que lamentablemente estos hoy en día parecen estar en franco retroceso. En todo caso, debería ser al revés: es decir, de ser tan horrible y opresora la sociedad heteropatriarcal del siglo pasado, los suicidios deberían ser un flagelo lejano, y no una tendencia al alza.

La foto: Tomer Urwizcs. ¿Esta es la gran promesa del periodismo nacional? No me hagan reír… ¿Hace falta otra prueba más para advertir que el periodismo es un oficio de ricachones y nenes de papá?

Uhmmm. Me parece que acá hay algo que Tomer y sus entrevistados no nos están queriendo decir. Quizás las causas de este problema no estriben tanto en pautas comportamentales y modos de ser en gran parte biológicamente determinados (200.000 años de evolución biológica no vienen solos, señoras y señores), sino en algo más… Quizás en una serie de abusos silenciosos que la ley y la cultura vigente parecen hoy en día empecinados en perpetrar contra el colectivo masculino, a quien siempre cualquier excusa viene bien para demonizar un rato.

A continuación, voy a hacer lo que en un mundo ideal supuestos expertos como Pablo Heine y Víctor Hugo González harían si no estuvieran tan ocupados en repetir la misma cháchara de siempre.
Volvamos a la nota de despedida citada al principio. Leámosla juntos una vez más:

«Hoy es el día más triste de mi vida. La mujer que quiero, que he querido, me deja defraudado. Sé que en este momento no tengo nada que ofrecerte, sólo mi amor, pero parece que no alcanza. Sé que en muchos momentos me he portado de manera irracional, quizás por mi falta de trabajo. Por no poder afrontar, no tengo dinero para poder moverme, estoy quebrado… Tú sabes que cuando tenía, compraba cosas o casi toda la comida y podíamos salir a todos lados»

Chicas, ¿alguna vez les pasó que perdieron su trabajo y de pronto su novio comenzó a desenamorarse de ustedes? ¿Alguna vez les pasó que dicha situación –difícil y terminante, en el caso de que por supuesto quien la padezca sea un hombre– les haya sido computada como causal de ruptura amorosa? ¿Alguna vez las trataron de inútiles, de zánganas buenas para nada por estar «quebradas» y no tener nada que ofrecer económicamente hablando excepto «su amor»?
Sospecho que no, puesto que es sabido que el cariño de un hombre no sabe de fronteras, ni de distancias ni mucho menos de billeteras.

Ah, sí, seremos todo lo huecos que quieran, pero acuérdense que somos nosotros los que les bancamos sus carreras en OnlyFans.

Chicos, a ustedes me parece que no hace falta que les haga la misma pregunta, ¿No?

Obviamente el suicidio es un tema muy complejo –pocas veces discutido, además–, pero justamente por eso deberíamos abordarlo con la mayor de las seriedades. Porque, lo contrario, identificar causas falsas detrás del mismo, supondrá necesariamente recetar como respuesta soluciones erróneas y voluntaristas.

No sé, quizás Tomer Urwicz crea honestamente que la solución al dilema de este hombre radique en «abrirse» todo lo que pueda, en sacar número con una bondadosa psicóloga egresada de la UDELAR, en amanerarse y volverse sensible hasta el extremo; no sé, quizás Tomer Urwicz sea así de ingenuo (o quizás haya nacido en cuna de oro y nunca haya tenido un problema real y a falta de ello guste de ir por la vida buscando soluciones falsas a los problemas de otros, quién sabe…), pero quienes sí hemos pensado una o dos veces en matarnos sabemos perfectamente que la respuesta al problema del suicidio masculino no va por ahí…

¿Se han puesto a pensar que el dilema de este hombre quizás estribe en el hecho nada menor de que cada día más nuestro mercado laboral se empobrece cualitativamente, de que en lugar de formar a los ciudadanos en destrezas concretas el sistema educacional actual los vomita al mudable mundo de los servicios y el call center? ¿Se han puesto a pensar en cómo el uruguayo de antaño quizás no llegaba a culminar bachillerato –a veces incluso abandonaba antes de terminar ciclo básico–, pero como en contraprestación heredaba de su padre un oficio que le permitía sostenerse a sí mismo y a sus seres queridos y en cómo esto representaba para él una fuente de orgullo? ¿Se han puesto en pensar en cómo las sociedades tecnológicas actuales han privado al hombre de las condiciones que antes le permitían desarrollar un sentido de identidad propio, un sentimiento de pertenencia hacia su comunidad y sus semejantes? ¿Se han puesto a pensar en lo que ocurre cuando, entonces, para una parte importante de estos hombres deja de haber futuro o alternativa posible y la única solución viable es quitarse voluntariamente de en medio?…

Si primero no nos cuestionamos esto, es inútil querer abordar con seriedad el tema del suicidio. Mucho menos si aún creemos que la depresión masculina se manifiesta y se trata igual que la femenina. Somos distintos, señores de la academia, dis-tin-tos. Un hombre no es una mujer. Un hombre no suele entender de lamentaciones ni tampoco dispone de tiempo para ellas. Un hombre, a diferencia de una mujer, nunca va a poder ofrecer únicamente «su amor» y esperar lo mismo a cambio. Y eso él lo sabe, y a veces es esa certeza la que lo incita a querer quitarse violentamente de en medio. Porque si hay algo que a los hombres no nos gusta es ser un obstáculo: para los demás o para nosotros mismos. Y si la sociedad en su conjunto insiste en vernos así…, bueno, no hay que sorprenderse de la tendencia al alza de ciertos fenómenos.

«si sos un hombre y blanco y te va mal en la vida, suicidate. Si no pudiste surfear una sociedad que fue diseñada para vos, sos un inútil»

  • Malena Pichot. 2 jul. 2014 (Twitter).

Felipe Villamayor.

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