
Hija del panfletista Régis Debray (por si no están enterados, el intelectual francés detrás del “foquismo”, la teoría de guerrillas promovida por Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara) Laurence Debray publicó en 2018 esta especie de ajuste de cuentas generacional con sus padres. Si estás harto del romanticismo bobo que exudan los relatos oficiales en torno a la guerrilla y los sesenta, este libro es para vos. Acá van algunos de los pasajes que más subrayé.
*- I. LA EMANCIPACIÓN:

“No soy testigo, ni especialista, ni mucho menos juez. Tengo el privilegio de conocer el final de la historia y de haber frecuentado a personas y lugares que son actores de esta aventura novelesca. Tengo la desventaja de estar convencida de los estragos que provoca el compromiso político en la existencia. De despreciar dicho compromiso cuando se convierte en arribista. Y de ser impermeable a la mística de la lucha y de los mañanas gloriosos. Los ideales no me hacen soñar: soy pragmática, realista y me baso en los hechos.”

“Aquella generación de universitarios, que no habían hecho la guerra y que rechazaban el ideal del auto y la heladera, se aferraron al proyecto revolucionario para dar sentido a su vida. No tenían que afrontar el paro, el desamparo de los barrios periféricos, la carrera por sumar años de cotización, ni la miseria de los finales de mes. Sus dramas eran una sociedad esclerotizada, el aborto ilegal y peligroso de sus compañeras y la incredulidad de sus padres. El lirismo político del marxismo, y todas sus variantes, les hacía vibrar. Tal como reconoce André Senik: «El comunismo nos suponía muchos beneficios. Teníamos una visión del mundo, teníamos una razón para vivir, teníamos una actividad que compensaba los problemas eventuales que podíamos tener en nuestra vida privada, y pensábamos que nuestras ideas eran útiles. ¡Era el colmo de la felicidad!».”

“Los militantes, acostumbrados a los peligros de la clandestinidad y a los escondites insalubres, saboreaban el confort americano y el calor sensual del Caribe en el lujoso hotel Habana Libre, nacionalizado desde la llegada de los barbudos al poder. Las delegaciones de vietnamitas, africanos, chinos y europeos se alojaban allí y disfrutaban del crédito general, bebida y comida a voluntad y gratis. ¡Mejor incluso que el Club Med! Poco importaba que los cubanos estuvieran obligados a someterse al racionamiento y a la carestía de alimentos (…). En aquel momento no se sabía nada de los opositores del Frente Nacional Democrático fusilados, ni de los miles de alzados que resistían en el maquis del Escambray, donde serán todos eliminados, ni tampoco de los veinte mil prisioneros políticos. Todo estaba justificado por el miedo de otro desembarco estadounidense y el argumento infalible de la lucha contra la CIA.”

“No había contingencia material que desviara a mis padres de la razón por la que se habían quedado en Cuba: convertirse en revolucionarios profesionales, un oficio que no aparecía en la lista de la Oficina de Empleo o de la Seguridad Social. Mi padre siempre ha huido de la gestión de la vida cotidiana; mi madre ha tenido que afrontarla a regañadientes. Cualquier trámite administrativo les supone un profundo desasosiego, incluso pánico si se trata de rellenar formularios. Por desgracia, fue el precio que tuvieron que pagar para reintegrarse al curso de una vida «normal». En aquel momento, ambos querían cambiar el mundo, y eso suponía una formación exclusiva, lejos de cualquier preocupación rastreramente prosaica.”

“A la mañana siguiente, De Gaulle envió un telegrama a otro general, el presidente boliviano Barrientos, al que había conocido tres años antes durante su periplo latinoamericano: «Deseo llamar su distinguida atención sobre el interés que tengo por preservar su vida, que, en última instancia, solo depende de usted. Es posible que este joven y brillante universitario se haya dejado llevar sin rumbo por su parcialidad excesiva y el deseo de aventura. Sin embargo, sería lamentable poner fin, por unos errores de juventud, a una existencia cargada de promesas y que augura un sincero arrepentimiento.»
(…).
La respuesta fue mordaz: «Es posible que en Francia, y según su generoso concepto, se le considere ‘un joven y brillante universitario’. Lamentablemente, aquí en Bolivia solo lo conocemos como un intruso subversivo gravemente comprometido en el asesinato de veintisiete soldados, civiles y suboficiales de nuestras fuerzas armadas y como teórico de la violencia para la destrucción del orden institucional.»»
*- II. LA PRUEBA:

“El duelo se convirtió en compañero de ruta para mis padres: perder amigos en la lucha era una constante. Habían sabido domesticarlo. Yo nunca conseguí acostumbrarme. Siempre me he sentido indignada con la muerte y siempre me ha dado miedo. El anarquista argentino adoptado por Bolivia Liber Forti le dijo a mi padre en mi presencia: «El Che era médico. Habría podido venir a Bolivia con jeringuillas y una maleta de medicamentos, en lugar de llegar con armas. Sin duda, los campesinos lo habrían recibido mejor.» Médicos sin Fronteras todavía no estaba de moda. Yo era una niña. Tuve la impresión de crecer de golpe: así que existían otros medios de hacer política sin tener que dejarse la vida en ello forzosamente.
Mi madre estaba acostumbrada a la jerga política de mi padre que hoy hace sonreír: «El castrismo no es más que el proceso concreto de reengendramiento del marxismo-leninismo a partir de las condiciones latinoamericanas.» Ella sabía perfectamente que el ideal humanista, cuya meta era crear una sociedad utópica, iba de la mano con una atracción por las armas de fuego y una abnegación real. Esta radicalidad no la asustaba. Encantados, cegados, apasionados, podían olvidar el principio de realidad trivial. Eran inteligentes, pero estaban sobreexcitados. Harán de mí una persona totalmente hermética a las utopías.”

“[Mi padre] más fiel a las ideas que a sus amigos y a sus amantes, volvió a marcharse a Cuba, haciendo caso omiso de los descarríos del régimen, que a partir del caso Padilla en 1971 serían denunciados públicamente por algunos. Padilla, uno de los mejores poetas cubanos, que había abandonado su arte para dedicarse a la revolución como viceministro de Comercio Exterior, criticó la política cultural del régimen. Víctima de una campaña de difamación que precedió a su detención, confesó públicamente ser agente de la CIA. En una carta pública, Jean Paul Sartre, Alberto Moravia, Susan Sontag, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa condenaron el régimen castrista. A pesar de todo, mi padre reanudó sus entrenamientos militares y sus veladas con el Líder Máximo, simpatizó con Feltrinelli y siguió creyendo en un futuro prometedor.”

“Yo no era el fruto de una felicidad conyugal apacible, sino el producto de una debacle conyugal. El aburguesamiento era un repelente absoluto; la fidelidad era tan deshonrosa como el aburguesamiento; mi llegada fue como un pelo en la sopa. No iba a ser el punto de anclaje, sino el testigo de un desmoronamiento.
Sus costumbres eran tan disolutas como intransigente su compromiso político. Como si aquella radicalidad fuera la condición sine qua non de una vida libertina. ¿O era al contrario? La pareja sartriana era la norma compartida por una generación. La inmoralidad, vencedora sobre las viejas mentalidades, permitía la afirmación de una libertad postsesentayochista. Habían heredado de sus entornos sólidas reglas de conducta que se sentían obligados a transgredir. ¿Lo hacían por despecho o por malestar? ¿El militante es forzosamente astuto o donjuanesco? La familia formaba parte de aquellos valores de los que renegaban y que se sustituían por el clan ideológico, solidario y lírico. Así que ¿Cómo criar a un niño cuando se rechaza el contrato familiar, cuando las adversidades políticas resquebrajaron más que unieron a la pareja?

La autora y su madre.
“También hubo largas veladas de tribulación, cuando la cuenta bancaria estaba tan vacía como la heladera y no podíamos localizar a mi padre durante semanas. Mi madre flaqueaba pocas veces. Cuando ocurría, yo me sentía perdida. Su familia estaba lejos, sus compañeros atrapados en el combate político y su marido demostraba ser peor que Ulises (…). Mi madre, siempre rígida, se tragaba las lágrimas y se relajaba un poco. Menuda idea tener una hija con un intelectual francés, tan inconstante, frívolo y tacaño, al que ni siquiera la mala experiencia de la cárcel había hecho madurar.”
*- IV. EL PODER:

“Desarrollé un sentimiento de desconfianza hacia los representantes mediáticos de los más desheredados. Aquellos cuya única y fructuosa manera de ganarse el pan es la desgracia de los demás. ¿Que esconden, qué tienen que enmendar?
(…).
“Mi padre contaba con Ángela para que su piso de soltero estuviera habitable, sus camisas planchadas y su heladera llena. Gracias al talento culinario de su empleada doméstica, invitaba a cenar a sus amigos, colaboradores e incluso a François Mitterrand (…). Cuando se trataba de sus amigos izquierdistas, Ángela hacia huelga. Aquella mujercita de origen panameño era anticastrista y antisandinista: «No cocinaré para su banda de amigos marxistas, ¡Son unos criminales!», le gritaba.”
Laurence Debray.