Varios pasajes de «Vidas de los filósofos cínicos» de Diógenes Laercio


Por si no están enterados, el cinismo fue una escuela filosófica fundada en Grecia durante el siglo IV a. C. Toma su nombre del gimnasio de Cynosarges, ubicado en el distrito de Diomeya, cerca del sendero a Maratón. Allí, en ese humilde establecimiento, fue donde se cranearon las bases primigenias de la filosofía cínica. Algunos de los postulados claves de dicha escuela son: el rechazo a las normas sociales, la autonomía individual, el humor soez y la obscenidad pública. Diógenes Laercio, famoso historiador griego, fue el responsable de rescatar todos sus chismes, costumbres y anécdotas (lamentablemente la gran mayoría de sus escritos están perdidos) y recopilarlas en un mamotreto de diez tomos titulado “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”, publicado en Atenas durante la primera mitad del siglo III d. de C. Acá van algunos de los pasajes que más subrayé de la sección“Vida de los filósofos cínicos”.

* Antístenes:

Antístenes, hijo de Antístenes, era ateniense, si bien se comentaba que no era de legítimo origen. (…) Cuando se distinguió en la batalla de Tanagra, le dio ocasión a Sócrates para decir que no habría sido tan noble nacido de dos padres atenienses. Y él mismo, desdeñando a los atenienses que se jactaban de su condición de nacidos de la tierra, les decía que en nada eran más nobles que los caracoles y los saltamontes.

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Fue él, en sus comienzos, discípulo del orador Gorgias. Por eso impregna sus diálogos de estilo retórico. (…) Más tarde trabó relación con Sócrates, y tanto se benefició de él, que exhortaba a sus propios discípulos a hacerse condiscípulos suyos en torno a Sócrates. (…) Tomando de él la firmeza de carácter y emulando su impasibilidad, fue el fundador del cinismo.

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Afirmaba continuamente: «Prefiero someterme a la locura antes que al placer». Y también que «hay que tener trato con mujeres que nos demuestren su agradecimiento». Al que le preguntaba qué tipo de mujer debía tomar por esposa, le dijo: «Si es hermosa, será tuya y también ajena; y si es fea, sólo tuya será la pena». Al enterarse una vez de que Platón hablaba mal de él, dijo: «Es propio de un rey obrar bien y ser calumniado».

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Al preguntarle cuál era la mayor dicha entre los humanos, dijo: «El morir feliz». Como una persona importante se le quejara una vez de haber perdido sus memorias, le contestó: «Es que debías haberlas escrito esas mismas en tu alma y no en las tablillas».

Aconsejaba a los atenienses nombrar por decreto caballos a los asnos. Como lo consideraran absurdo, dijo: «Sin embargo, también los generales surgen de entre vosotros sin ningún conocimiento, sino sólo por ser votados a mano alzada». A uno que le dijo: «Muchos te elogian», contestó: «¿Pues qué he hecho mal?».

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A un muchacho que posaba vanidosamente ante un escultor le preguntó: «Dime, si el bronce cobrara voz, ¿de qué crees que se ufanaría?». «De su belleza», contestó él. «¿No te avergüenzas entonces –dijo– de contentarte con lo mismo que un objeto desalmado?».

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Sus temas favoritos eran éstos: demostrar que es enseñable la virtud. Que los nobles no son sino los virtuosos. Que la virtud es suficiente en sí misma para la felicidad, sin necesitar nada a no ser la fortaleza socrática. Que la virtud está en los hechos, y no requiere ni muy numerosas palabras ni conocimientos. Que el sabio es autosuficiente, pues los bienes de los demás son todos suyos. Que la impopularidad es un bien y otro tanto el esfuerzo. Que el sabio vivirá no de acuerdo con las leyes establecidas, sino de acuerdo con la virtud. Que se casará con el fin de engendrar hijos, uniéndose a las mujeres de mejor planta. Y conocerá el amor, pues sólo el sabio sabe a quiénes hay que amar.

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Murió de enfermedad. Precisamente entonces vino a visitarle Diógenes y le dijo: «¿No necesitas a un amigo?». Entraba a verle con un puñal, y cuando él exclamó: «¿Quién puede librarme de estos dolores?», sacando el cuchillo, dijo: «¡Éste!» Y él contestó: «De los dolores, dije, pero no de la vida».

* Diógenes «el perro»:

Diógenes era de Sinope, hijo de Hicesio, un banquero. Cuenta Diocles que se exilió, porque su padre, que tenía a su cargo la banca estatal, falsificó la moneda.

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Al llegar a Atenas entró en contacto con Antístenes. Aunque éste trató de rechazarlo porque no admitía a nadie en su compañía, le obligó a admitirlo por su perseverancia. Así una vez que levantaba contra él su bastón, Diógenes le ofreció su cabeza y dijo: «¡Pega! No encontrarás un palo tan duro que me aparte de ti mientras yo crea que dices algo importante». Desde entonces fue discípulo suyo, y, como exiliado que era, adoptó un modo de vivir frugal.

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Era terrible para denostar a los demás. Así llamaba a la escuela de Euclides biliosa, a la enseñanza de Platón tiempo perdido, a las representaciones dionisiacas grandes espectáculos para necios y a los demagogos los clasificaba de siervos de la masa. Decía también que cuando en la vida observaba a pilotos, médicos y filósofos, pensaba que el hombre era el más inteligente de los animales; pero cuando advertía, en cambio, la presencia de intérpretes de sueños y adivinos y sus adeptos, o veía a los figurones engreídos por su fama o su riqueza, pensaba que nada hay más vacuo que el hombre.

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Como no se le acercaba nadie al pronunciar un discurso serio, se puso a tararear. Al congregarse la gente a su alrededor, les echó en cara que acudían a los charlatanes de feria, pero que iban lentos a los asuntos serios.

Al invitarlo uno a una mansión muy lujosa y prohibirle escupir, después de aclararse la garganta le escupió en la cara, alegando que no había encontrado otro lugar más sucio para hacerlo. Como una vez exclamara: «¡A mí, hombres!», cuando acudieron algunos, los ahuyentó con su bastón, diciendo: «¡Clamé por hombres, no desperdicios!».

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Al observar una vez a un niño que bebía con las manos, arrojó lejos su copa, diciendo: «Un niño me ha aventajado en sencillez». Arrojó igualmente el plato, al ver a otro niño que, como se le había roto el cuenco, recogía sus lentejas en la corteza cóncava del pan.

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Cuando tomaba el sol en el Craneo se plantó ante él Alejandro y le dijo: «Pídeme lo que quieras». Y él contestó: «Que me dejes de dar sombra».

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Platón dio su definición de que «el hombre es un animal bípedo implume» y obtuvo aplausos. Él desplumó un gallo y lo introdujo en la escuela y dijo: «Aquí está el hombre de Platón». Desde entonces a esa definición se agregó «y de uñas planas».

Al preguntarle qué es lo más hermoso entre los hombres, contestó: «La sinceridad». Acostumbraba a hacerlo todo en público, tanto las cosas de Deméter como las de Afrodita. Una vez que se masturbaba en medio del ágora, comentó: «¡Ojalá fuera posible frotarse también el vientre para no tener hambre!».

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Cuando a Platón le preguntaron: «¿Qué te parece Diógenes?», contestó: «Un Sócrates enloquecido».

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Preguntado por alguien sobre cuál es el momento oportuno para casarse, dijo: «Los jóvenes todavía no, los viejos ya no».

Regresaba de Esparta a Atenas, y uno le preguntó: «¿De dónde y adónde?» Contestó: «De la habitación de los hombres a la de las mujeres». Regresaba de Olimpia y alguien le preguntó si había allí mucha gente. Contestó: «Mucha gente, sí, pero pocas personas».

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De los que hablaban de lo correcto, pero que no lo practicaban, decía que nada diferían de una cítara, pues tampoco ésta oye ni percibe. Entraba en el teatro chocándose con todos los que de él salían. Al preguntarle que por qué, dijo: «Es lo que he tratado de hacer durante toda mi vida».

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Soportó del modo más digno su venta como esclavo. En un viaje a Egina fue capturado por unos piratas, a los que mandaba Escírpalo, conducido a Creta y puesto a la venta. Cuando el pregonero le preguntó qué sabía hacer, dijo: «Gobernar hombres». Entonces señalando a un corintio que llevaba una túnica con franja de púrpura, el ya mencionado Jeníades, dijo: «¡Véndeme a ése! Ése necesita un dueño». En efecto, lo compró Jeníades y, llevándosele a Corinto, le encomendó educar a sus hijos y dejó en sus manos su casa. Y él la administraba de tal forma en todos los asuntos, que aquél solía pasar diciendo: «Un buen genio ha entrado en mi casa».

* Crates:

Crates, hijo de Ascondas, era de Tebas. También éste es uno de los discípulos ilustres del Perro (Diógenes de Sinope). Alcanzó su momento de madurez en la olimpíada ciento trece. De él cuenta Antístenes en sus Tradiciones que, al ver en una tragedia a Télefo que llevaba sus pocas ropas en un pequeño trapo y nada más en una situación lamentable, se sintió atraído a la filosofía cínica. Vendió su hacienda –y era una persona de notable posición–, logrando reunir unos doscientos talentos, y los repartió entre sus conciudadanos.

A menudo se le acercaban algunos de sus parientes con la intención de disuadirle y él los ahuyentaba persiguiéndolos con un bastón y se mantenía firme. Cuenta Demetrio de Magnesia que confío su dinero a cierto banquero, con instrucciones de que, si sus hijos resultaban personas corrientes, se lo entregara; pero si se hacían filósofos, que lo repartiera entre el pueblo, pues aquellos al dedicarse a la filosofía no necesitarían nada más.

(…)

Decía que los amoríos de los adúlteros eran motivo de tragedia, pues tienen como pago destierros y asesinatos; mientras que aquellos que se enredan con prostitutas resultan cómicos, pues a partir de la intemperancia y la embriaguez concluyen en la locura.

Zenón de Citio cuenta en sus Anécdotas que en cierta ocasión cosió una piel de cordero a su vestido, sin miramientos. Él era feo de aspecto y cuando hacía gimnasia se reían de él. Acostumbraba decir entonces alzando sus brazos: «¡Ánimo Crates!» Es por el bien de tus ojos y de todo tu cuerpo. A esos que se burlan, ya los veras, torturados por la enfermedad, felicitarte, mientras se hacen reproches a sí mismos por su negligencia».

(…)

A Alejandro, que le preguntó si quería que se reconstruyera su patria, le contestó: «¿Qué más da? Probablemente otro Alejandro la arrasará de nuevo». Decía que tenía como patria el anonimato y la pobreza, inexpugnables a la Fortuna, y que era conciudadano de Diógenes, a quien no pudo atacar la envidia.

* Hiparquía

Quedó cautivada por sus doctrinas la hermana de Metrocles, Hiparquía. Efectivamente, se enamoró de Crates, tanto por sus palabras como por su conducta, al tiempo que no prestaba ninguna atención a los que la cortejaban, ni a su riqueza, ni a su nobleza, ni a su hermosura. Para ella sólo existía Crates. Incluso amenazó a sus padres con el suicidio, si no la entregaban a él. Crates entonces fue llamado por los padres para disuadir a la joven y hacía todo lo posible para ello. Al final, como no la convencía, se puso en pie y se desnudó de toda su ropa ante ella, y dijo: «éste es el novio, ésta tu hacienda, delibera ante esta situación. Porque no vas a ser mi compañera si no te haces con estos mismos hábitos».

La joven hizo su elección y, tomando el mismo hábito que él, marchaba en compañía de su esposo y se unía con él en público y asistía a los banquetes.


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