(I)
Un fin de semana lluvioso. Bajas temperaturas, humedad y tormentas.
La cuneta se había tapado. El otoño le había dejado paso al invierno y para entonces, las hojas caídas aún obstruían los caños y los desagües. La lluvia se instaló aquel fin de semana de julio y el agua, naturalmente, se estancó. Papo fue el encargado de agarrar la pala y sacar las hojas.
El agua le llegaba a una altura que superaba poco más que sus talones. Mientras metía pala, pensaba en aquella idea que prefirió ignorar por mucho tiempo pero que ahora volvía cada tanto con más fuerza. Papo quería irse de aquella casa. Ya no es lo que era o nunca fue lo que quiso. No se quejaba, pero quería cambiar. Las hojas quedaron amontonadas sobre la vereda y el agua agarró de nuevo su cauce.
Entró serio y sin ganas de hablar. Se duchó y se sentó a ver un poco de tele. Era domingo por la tarde y algunos dormían siesta, otros estaban con su celular y otros, sinceramente, no importaban. Mucha gente vivía en la casa que alguna vez ocuparon sus padres. Sobrinos chicos, parejas de hermanos y hermanas, padrastros, novios y novias, amigas de hermanas y sus hijos. Mucha gente con la que convivir y, aun así, cada día que pasaba, los conocía menos. Así no era cuando era chico. Al menos, no tan así.
Fuertes vientos desde el sur hacían que la temperatura fuera baja. Las ráfagas movían la lluvia en direcciones impredecibles.
En el día menos pensado y con cierta discreción, cargaría su mochila con ropa y comenzaría un viaje sin destino. El mundo no puede ser tan malo. Cuando su madre lo rezongaba la idea volvía con una fuerza digna de ser llamada impulso. Cuando se peleaba con sus hermanos mayores, volvía. Cuando sufría una injusticia, volvía.
Papo vio a Morena, su sobrina más querida, y pensó en cómo podría afectarle su partida. Se consoló al pensar que quizá su valentía al irse podría ser la mejor de sus enseñanzas. Se percató de que quizás no lo entendiera. Para asegurarse, dejaría una carta manifestando sus motivos para que no hayan malentendidos que dieran lugar a vagas tristezas.
Subió al entrepiso hecho de costaneros y se tiró en la cama de su hermano. Se quedó mirando el techo un rato largo hasta que la adrenalina comenzó a llegar a sus manos y sus pies. Se paró, agarró una hoja y escribió sus motivos y razones. El remitente era para todos los que vivían es esa casa, pero la verdadera destinataria de la carta era Morena. Espero volver a verte, le llegó a escribir entre otras tantas cosas. Dejó la carta debajo de la almohada de la niña.
Papo se fue con su mochila en ese domingo lluvioso. Morena leyó la carta cuando se fue a dormir. Cuando preguntaron por Papo, ella les dijo lo que sabía, pero sin confesar que la explicación estaba en un papel. Algunos lo lamentaron, otros se enojaron y otros, sinceramente no importa.
Leve mejora para el comienzo de semana. Presencia de sol en la tarde del lunes. Las temperaturas seguirán por debajo de los 10 grados.
Es lunes y el sol comenzó a secar de a poco la tierra. Morena ve el montículo de hojas en la vereda y se pregunta cómo será la nueva vida de Papo. Le da llama a las hojas y el olor se apodera de la cuadra. El humo sube y se une en la misma dirección de las nubes.
(II)
Pocos saben qué fue de la vida de Papo. Lo cierto, es que a sus 25 años se fue y un día, pasados muchos años, volvió. Las intenciones de esta vuelta se pueden llegar a sospechar, pero no más que eso.
(III)
Algunos vecinos se habían ido de vacaciones. La primera semana de enero no suele haber más que calor por aquellos lugares. La poca gente con la que se cruzó no lo reconoció o ni siquiera sabía quién era. Eso lo animaba, pero en un punto también lo aterraba.
Papo llegó a su antigua casa después de mucho tiempo. Vio que la cuneta estaba limpia y que la puerta era la misma de siempre. Le sorprendió que nadie estuviera fuera. La casa solía ser muy calurosa cuando el sol daba en las chapas del techo todo el día. Todo estaba muy tranquilo como nunca antes.
Tocó la puerta. Atendió una niña.
– ¿Quién es? – preguntó. – Yo. A los lejos, desde la cocina, llegó a intuir Papo, la voz de Morena cascada por los años llegó hasta la puerta. – ¿Quién es?- preguntó. -Un hombre – respondió la niña.
Rodríguez Luterotti.