En los Evangelios, se llama a Jesucristo como “el hijo del hombre”. Si Cristo es el hijo de Dios, es porque es el hijo del hombre, y tú sos el hijo de Dios y de la Diosa, pues sos el hijo del hombre.
Jesús fue resultado de la unión de un hombre y una mujer. María tuvo relación con un hombre del que no se sabe nada. O era alguien de su comunidad, o era, como imagino, un viajero, un hombre venido de afuera que la conquistó.
Creemos que nosotros somos grandes viajeros, pero es nada en comparación a lo que viajaban los antiguos, menos atrapados por alquileres, deudas, impuestos y profesiones. En la tierra de Jesús se hablaba el arameo, el latín y el fenicio, y entre los doctores de la ley, el hebreo. La comunidad judía en Alejandría era más numerosa que la comunidad judía de Samaria, Judea y Galilea, el País donde transcurren los hechos de los Evangelios.
Así que tenemos a María, en una sociedad que despreciaba a las prostitutas y las adúlteras, que queda embarazada soltera. El hijo de esa unión de amor entre un hombre y una mujer excepcionales, fue un ser excepcional, y el parto fue excepcional, pues fue concebido sin dolor y en un orgasmo. Es sabido que hay mujeres que dan a luz así ¿Cuesta mucho imaginar que una criatura nacida en esas circunstancias, viene dotada de una sensibilidad superior al resto?
Haber nacido en las condiciones ideales, en las condiciones en que todos deberíamos nacer, no es suficiente para crear a un hombre que logra ver los planos de la existencia negados a los demás. Nadie puede dudar del amor de Jesucristo hacia las prostitutas, al grado que se sabe enamorado de María Magdalena. Madre y novia se llaman María, y es inconcebible que Cristo no amara mujer. Uno debe imaginar al niño Jesús escuchando cómo acusaban a su madre de prostituta, y debe imaginar el tomarse a los golpes con los otros niños que ofendían el nombre de su madre. Sobre esto informan los Evangelios Apócrifos, aunque nada se dice de puños, sino de maldiciones. El niño Jesús maldecía a los futuros Judas Iscariotes y los mataba con el poder de sus palabras.
El asunto es que el ser dotado con una sensibilidad maravillosa, fue al encuentro de circunstancias excepcionales, como fue una circunstancia excepcional que sea acusada de cosa impura su madre maravillosa. El amor de María definió al niño Jesús, y María, viendo al niño de virtudes únicas, le reveló un secreto: que nunca mintiera, pues cada mentira quitaría poder a sus palabras. Es aquí el momento en que hable de la diosa de nuestra civilización: La Virgen María.
Te han dicho que el cristianismo es monoteísta y te han mentido. La sóla existencia de Jehová y Satán ya te habla de dos dioses. En el Islam, Satán tiene esposa y tres hijas. Los arcángeles, los ángeles, y los numerosos demonios, Azazel, Belzebuth, Mastema, Belial, Lucifer, Mefistófeles, son dioses de menor rango. En cuanto a la Virgen, su nombre no indica que no ha conocido varón, sino que está apta para procrear. Virgen es el lugar propicio para la fecundación. Por eso la palabra Virgen empieza con la V de Venus, la V de Eva, que es la letra de Vientre, la letra de la Vida, pues la V es el Vientre de la mujer y es las piernas abiertas de la mujer para recibir y dar la Vida.
En el pasado se le hacía un culto al Dios y a la Diosa, pero un proceso de ataque a los poderes fecundos y grávidos de la Naturaleza y la Mujer, llevó a un desplazamiento de los poderes femeninos, y al destierro de las diosas del panteón divino. En la historia del arte ese momento es expresado en La Orestíada, cuando Atenea, la diosa que desprecia su ser femenino y no conoce varón, se inclina por absolver al hombre y culpar a la mujer, con el argumento de que un hombre es imprescindible para dar a luz una criatura, pero una mujer no. El Génesis comparte esta idea, ya que la mujer nace de la costilla de Adán, y la mujer, en vínculo secreto con la serpiente, nos conduce a la pérdida del paraíso. Hay una pertinaz aparición de la serpiente en los diversos mitos de la creación, ya que la serpiente, símbolo fálico, transforma aquello que pica.
Jesucristo vino a revolucionar el mundo, pero no con un ejército como el de los zelotas, que enfrentaban militarmente al imperio romano. El camino de Jesucristo es más profundo y refiere a las ideas y a lo que provoca las ideas, aunque ahora, los escribas del poder quieran exculpar al Sanedrín afirmando que Cristo fue el líder de un movimiento nacionalista, y por eso fue crucificado por el imperio romano. Cristo dio a los esclavos y a los desheredados de la tierra, una nueva forma de sentir, una nueva forma de vivir el amor. Todo lo revolucionó y volvió a situar a la Diosa, su madre, en su antiguo lugar de privilegio. El mito la quiere presentar como un ser que ejerce poder por su proximidad a Dios, pero lo cierto es que la Virgen es la principal deidad para los que practican el cristianismo, cuya inmensa mayoría son mujeres.
El adolescente inquieto que estaba en contacto con los viajeros que traían noticias de otros hombres y otras tierras, viaja a conocer los misterios de la India, Persia y Grecia. Sabe que lo que ve no es lo que es y que detrás del inmenso panel de la realidad, respira la vida. He visto, por breves instantes, detrás del decorado de la existencia, al Universo vibrar, ondular y respirar, pero lo que yo he visto por breves instantes, era lo que Jesucristo veía siempre. Había una pregunta que lo acuciaba ¿por qué había sido circuncidado? ¿Qué cosa llevaba a circuncidar a los niños? ¿Por qué debía ponerse ese límite y castigo a la parte más sensible y central del hombre? Ese hecho terrible, obligó a Jesucristo a hacerse la pregunta esencial para descubrir la verdad que late detrás del inmenso decorado de la existencia eterna: somos esclavos, vemos un mundo de esclavos, porque no vemos la ley primera: la fuerza que impulsa al Universo en su expansión, es el amor, pues las plantas se unen a su manera, igual que los animales a la suya, y los planetas danzan en un concierto universal, y todos y cada uno, dan la vida por sus criaturas, pues nada es lo que es, y todo es lo que será.
En aquellos viajes, acaso en un desierto, acaso desnudo frente al cuerpo desnudo de mujer, Jesucristo vivió una explosión de amor que limpió todos los poros de su sensibilidad, y a partir de ahí, pudo ver, y como pudo ver, pudo saber del poder de las palabras. Esto está referido en los Apócrifos, cuando lo envían a la escuela y le dice al maestro, que le explique qué es la “A”, que le explique qué es la “B” y la “C”, pues Jesús sabe que cada letra es una forma exclusiva de poder. Para que la palabra cure, se debe encontrar la palabra verdadera, y pronunciarla de la exacta manera y con la aspiración debida. Nada de eso se puede hacer por impostación. Es un proceso natural, pues la palabra es natural, y el vehículo propicio es el vehículo que creó a la palabra: el amor.
Jesús se encontraba con un leproso, y en diálogo con él, como tiempo atrás hiciera el sofista Antifón, le hacía decir qué cosa lo había enfermado y desataba de esa manera el nudo, pues Jesucristo sabía qué cosa es una enfermedad y de qué manera se cura una enfermedad. Una sociedad que lapidaba a las adúlteras y cercenaba la sustancia más sensible del niño, tenía una enfermedad que atacaba ese órgano del amor llamado “piel”. Una enfermedad no es resultado de una bacteria o un virus, por más que las bacterias y los virus participen de las enfermedades y de todo. La enfermedad es resultado de que un hombre necesita enfermarse, que es lo que sucede cuando un hombre deja de ser lo que es, un canal de energía. Aquello que entra en vos, te diría Jesucristo, debe pasar por vos y salir a la vida, traducido por vos. Nada debe quedar en vos sin ser traducido y dado de nuevo, y si queda en vos obstruirá un canal y te enfermarás, sea que te hayan dado una idea que debes compartir, sea que hayas recibido una agresión que debes responder de una manera creativa: el arte.
Nos cuesta entender el poder de la palabra, pues desde aquel tiempo hasta ahora, hemos vivido la degradación de la palabra. Una palabra cura, una palabra levanta ejércitos, una palabra enamora y una palabra mata. Zoroastro, Buda, Hui Neng, Jesús y Mahoma, no dejaban palabra escrita, pues no confiaban en los escribas. Confiaban en la palabra que vibra en el interior del hombre, se hace voz con el aire y la saliva, alcanza un oído y acaricia un alma. Se trataba de hablar y escuchar, y el que escucha, luego habla a otro que escucha. Son las palabras que lleva el viento y que lleva el eco del viento: la boca de los hombres. La palabra hablada no se puede controlar pues no se puede controlar el viento y el eco del viento. Mas hay una ley del hombre: cada vez que viene uno y revela los planos ocultos de la realidad, es amado y resistido y luego, cuando muere, vienen los libros que establecen lo que dicen que dijo, pues se quiere fijar el dogma. En parte, el dogma es verdadero, pues se escribe para ocultar, y todo aquello que oculta, revela, y en parte el dogma es falso, pues se busca acabar una revolución, travistiéndose en revolución. San Pedro niega tres veces a Jesús, pues la Iglesia es una triple negación de Jesús. Hay que saber distinguir en los Evangelios cuál es la palabra de Jesús y cuál es la palabra del escriba. Si le dice a la prostituta: “Tampoco yo te condeno”, es él, pero si luego agrega “Vete y ya no vuelvas a pecar”, es el escriba, pues si Jesús defiende el amor de la prostituta, es porque no lo considera pecado. “Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha demostrado mucho amor”. He aquí, de nuevo, los dos planos del discurso.
Jesús enseña el amor a aquella gente llena de culpa y pesar. Las primeras escuelas que nacen del cristianismo, son condenadas en el Apocalipsis, que fue escrito por la escuela que triunfa, que establece el dogma y que persigue a fuego a las demás. Entre ellas, sobresale la profetiza Jezabel la fornicadora. Ningún otro registro quedó sobre Jezabel, al menos para nosotros, pues no tenemos acceso a los archivos secretos del Vaticano. Sólo sabemos que argumentaba a favor de comer las ofrendas del sacrificio, y que por alguna misteriosa pero elocuente razón, fue tachada de fornicadora.
Tenemos otra prueba de cómo el mensaje de amor de Jesucristo prendió en los hombres como una chispa que enciende la pradera. El símbolo de los primitivos cristianos, en los primeros siglos, fue el pez. La razón es clara: “yo os haré pescadores de hombres”. Así que hay que pescar a los hombres para llevarlos a otra vida. Ocurre que el pez simboliza el deseo ¿A qué te recuerda la forma de moverse del pez, que se encuentra siempre húmedo, que se mantiene vivo, pero oculto, aunque por momentos puedas verlo? ¿A qué te recuerda su aroma? En la portada de la versión de la biblia de Desclee de Brouwer, aparece el pez de los primeros cristianos, y sobre él, como si le clavaran una daga en la cabeza, la cruz.
Tenemos entonces la cruz, que prefigura el círculo, la serpiente que se muerde la cola. Allí tenemos al hijo del hombre crucificado después de haber sufrido lo indecible ¿Quién es ese que está en la cruz? Es nuestro deseo crucificado, pues somos esclavos del dolor y crucificamos nuestro deseo de ser libres por el amor.
Llegamos a la muerte de Cristo. El mago es apresado por los magos oscuros mediante la traición. Si hay de los unos, hay de los otros. Muere, pero vuelve del otro lado del velo y se presenta a varios seguidores, y estos seguidores tuvieron de esa manera la confirmación definitiva: no existe la muerte, sólo existe el amor. He sentido, apenas se muere un ser querido, que su alma se desprende de manera lenta de la tierra, y por un tiempo, se encuentra cercana a nosotros. Cristo logró volver y presentarse en cuerpo y alma. Es posible que se haya dejado atrapar para convertir en victoria su derrota, y es posible que tras la muerte no buscada, encontrara la forma de volver, pues el alma, separada del cuerpo, continúa su aprendizaje. Sea como fuere, volvió, y sus seguidores, estaban tan seguros del hecho, que los jefes de las comunidades cristianas pedían que no siguieran sacrificándose en aras de la otra vida, pues los precisaban vivos para extender el mensaje del hijo del hombre.
No creo en un Cristo rubio. Cristo era un judío palestino, como son los palestinos actuales, hijos de aquellos judíos de Palestina. Al mismo tiempo, no lo veo un hombre grande, sino como hecho de leña. No es el cuerpo lo que importa, salvo que el cuerpo es la parte exterior del alma. Todo esto que dije, ya es parte tuya, y el pasado desde el que escribo, en este mundo milagroso donde no hay espacio ni tiempo, es tu presente. No soy yo el que dice estas palabras.
Marcelo Marchese.