En el número 7 de El Observador Sergio Sinay, escritor y periodista, cita a Silvina Bullrich, Martha Lynch, Hemingway, Gudiño Kieffer y Norman Mailer como ejemplos de “auténticos profesionales” que no desdeñaron “contaminarse” con el periodismo. Se pregunta Sinay por qué, en Argentina, muchos escritores se resisten a la tentación de los medios que reclaman la colaboración de sus firmas.
Un escritor acepta “contaminarse con el periodismo” como metaforiza Sinay, sólo a cambio de dinero y de espacio. Para cualquier escritor sería preferible recibir dinero anticipado por una nota que otro escribiese acerca de él, que cobrar demorado el mismo dinero a cambio de una nota donde él –el escritor– debió escribir sobre cualquier otra cosa, o acerca de cualquier otra persona. A propósito de demora: pasó un mes y varios escritores, humoristas y dibujantes, seguimos esperando el pago de lo que nos debe una revista.
Esto podría explicarle a Sinay la natural reticencia de los autores hacia las tentaciones del periodismo.
Por necesidad de dinero y de espacio, firmo notas en media docena de revistas. A veces me preguntan, por ejemplo: “Así que ahora escribís en El Porteño?”, y yo digo que no, que escribo en mi piecita, y que ésos –los de El Porteño, los de Vigencia, etc.– se limitan a publicarme.
Los periodistas escriben en los medios, a los que –como suele decirse– pertenecen. El valor periodístico de un texto sobre Calcuta, se calcula por la coincidencia entre lo que es Calcuta y lo que enuncia el texto. El valor literario de un texto sobre Calcuta, se mide por su diferencia con Calcuta y por su semejanza con los deseos del escritor.
Entre los escritores que prefiero, mientras Carrera es hacendado, Peyceré médico, Aira, especulador de Bolsa, Lerena de la Serna, ex oficial de la brigada de explosivos, es ahora profesor de dibujo, Saer profesor de letras, Filloy juez jubilado, sólo Arlt, Borges y Gelman, figuraron un tiempo como periodistas.
La afinidad entre ambas actividades no va más allá del acto mecánico de escribir. Son semejanzas de superficie. La afinidad de fondo de la literatura se establece con la composición musical, la especulación filosófica, la matemática, la teología y la pintura. La escritura tiene más en común con los oficios de asceta religioso, playboy, linyera, preso o loco que con la profesión de periodista.
El escritor trabaja la lengua y la información sometiéndolas a reglas fijadas de antemano por él mismo. El valor de su obra depende de la originalidad de esas reglas y del rigor con que se haya cumplido su mandato desviante, delirante.
El periodista, en esas jornadas en las que visto desde afuera por alguien que no sabe, realiza una actividad parecida a la del escritor, está ocupado en entretejer cuatro fuerzas que modelan sus textos: 1. Lo que espera el público. 2. Lo que esperan sus patrones. 3. Lo que acepta el Estado, las leyes y los anunciantes del medio. 4. La información que –obligatoria y profesionalmente– debe transmitir. Por esto, el periodismo, que no es afín a la literatura, representa exactamente todo lo contrario de ella. Mientras el lector de prensa sabe que el redactor periodístico está sometido a un conjunto de condiciones, si el lector de literatura sospechase que la obra está condicionada por un factor externo a ella, todo el encanto literario se desvanecería. Sinay habla de “auténticos profesionales”. Pero los escritores no son profesionales.
El concepto de “profesión” alude al desempeño de un rol, de una función asignada por las instituciones. Los profesionales hacen lo prescripto, lo necesario. Los artistas hacen lo inesperado, lo innecesario, que por obra de arte se convierte en imprescindible. Mientras en una profesión –por ejemplo, el periodismo– se recompensa con salarios y rangos el buen cumplimiento de la función de maximizar la satisfacción de los jefes, lectores y anunciantes, en literatura se recompensa con la gloria la tarea de minimizar la satisfacción de cualquier demanda ajena al rigor lógico y estético de la obra. A propósito de la obra: en la edición de mi obra completa faltarán aquellos dos renglones que no escribí mientras redactaba estas reflexiones. Coincido con Sinay: no soy un “auténtico profesional”. Soy escritor, una especie de chanta que hubiera preferido cobrar por anticipado, sin redactar la nota, y encontrar impresa en este mismo lugar una columna dedicada a comentar mis novelas y a reseñar las opiniones de los críticos que ya se han expedido favorablemente sobre la trascendencia de mi cautivante personalidad literaria.
Fogwill.