
Gep es un tipo complicado. Es egoísta, cínico y despiadado. ¿Cuándo lo conocemos por primera vez? En la segunda escena de la película, Sorrentino nos hace entrar a su terraza. Somos espectadores privilegiados de una fiesta dionisíaca. Música, gritos, descontrol, muchas drogas, muchas luces. Todo esto develado en un plano secuencia laberíntico que recorre los huecos que hay entre la masa de gente: mariachis, strippers, señores en sus largos cincuentas, de traje y corbata, bailando como si no hubiera un mañana. En el clímax de la fiesta (ese típico momento en donde todos se reúnen para bailar una misma coreografía) la imagen se ralentiza. Todo menos Gep. Recién ahora, es el momento oportuno para presentarse. Mientras nos mira a los ojos y se prende un cigarro, con ojos tristes, pero bajo el duro manto de gestos soberbios nos dice: “De pequeños, a esta pregunta mis amigos siempre daban la misma respuesta: la concha. Pero yo respondía… el olor de las casas de los viejos. La pregunta era: “Qué cosa es lo que más te gusta en la vida”… Estaba destinado a la sensibilidad. Estaba destinado a ser escritor. Estaba destinado a convertirme en Gep Gambardella”.

¿De qué va la película?
Gep transita sus días en busca de aquello que lo conmueva, que lo haga sentirse vivo. Una expresión genuina, inocente y real en lo cotidiano. Algo que justifique su regreso a la escritura y a la expresión artística. Algo por lo que valga la pena enfrentarse a la página en blanco. Quiere dejar atrás el éxito de su única novela. Una que hizo de joven y por la que recibe elogios hasta el día de hoy. Superar esa etapa parece difícil si no hay de qué escribir cuando uno está rodeado por la mediocridad y la hipocresía. El de Gep es un conflicto interno, de esos que calan en el alma. Y de eso es la película: de un hombre que va camino hacia su musa inspiradora, hacia la gran belleza pero sin saber a dónde ir. Y a las personas que buscan algo y no saben por dónde ir se les suele llamar perdidos. Gep es entonces, aquel hombre sensible pero perdido. Un huérfano de la inspiración.
En esta Roma repleta de monumentos antiguos que recuerdan las glorias de un tiempo ido, el escritor tiene que encontrar su voz propia. Y esa voz, sospechamos, quizá la encuentre en alguna de las 9 musas que cantan a coro en la fuente Giovanni como bien se muestra en el prólogo de la película.

Recordemos de qué hablamos cuando hablamos de musas.
Urano, el cielo y Gea, la tierra, tuvieron por descendencia a Temis, Metis y Mnemosine; la ordenación, la inteligencia y la memoria. Esta última, en su encuentro con Zeus, engendró a nueve mujeres. Digamos que hoy son conocidas por el nombre de Musas. Las Musas, primas de las Horas y las Moiras (aquellas que rigen el destino de los hombres), son facetas divinas del orden cósmico. Es lo que les toca por ser nietas del Cielo y la Tierra. En su coro, las musas expresan el anhelo expresivo de su madre, la memoria. Además de revelar las figuras del universo, atentan contra los seres del pasado y del presente. En las musas, la memoria se hace canción. En palabras del filólogo García Gual: “culmina el proceso de la creación primordial y el mundo cobra música (…) un fulgor de bella armonía.” Las Musas son, entonces, el medio de comunicación entre lo divino y lo humano. Su influencia o, mejor dicho, su mensaje, se revela gracias a la inspiración de los poetas. En este canto, los poetas revelan la victoria sobre el olvido. Mnemosine, convengamos, es en la película la fuente Giovanni de las que emanan esos nueves chorros canoros de las nueve hermanas vestidas de negro, en un coro grácil, lúdico, con aires de nostalgia, que expresa gozosamente la potencia mítica de la memoria.

Si en la vida de Gep no hubiera tanto ruido, quizá las podría oír y todo cambiaría en su vida. Los flashbacks oníricos que lo acompañan cada tanto parecen revelar a lo largo de la película, el viaje interno que el protagonista experimenta. La fuerza artística de estos flashes reside en su significado: el esfuerzo de Gep por recordar cómo fue aquella noche de verano en su juventud, en una playa del mar Mediterráneo, debajo de un faro mientras el viento cálido movía el pelo castaño de aquella joven de sonrisa tímida y mirada complaciente. La experiencia de vivir por primera vez el amor genuino.

Esa misma experiencia nostálgica que aparece cada tanto en nuestra memoria, no son más que demacrados y caprichosos destellos de belleza que insisten en volver cada tanto, como los flashbacks de Gep. Al fin entiende y puede quitarle el manto de olvido a sus recuerdos, a esa verdad que estuvo ahí todo el tiempo esperándolo. Una verdad emotiva. Y Sorrentino rompe la cuarta pared solo porque se trata de una anagnórisis. Al igual que en la fiesta, pero ahora con el aura que rodea a un hombre feliz. Esta vez, las musas le cantan mientras la luz del faro gira iluminando la cara de Gep cada tanto como si fueran “caprichosos destellos de belleza”. Al fin entiende que, también en la memoria y en el arte, “es todo un truco”.
Rodríguez Lutterotti