«La loba tiene hambre.
Y el lobo chico frío
y el lobo grande.
El lobo grande…«
- Fragmento de la canción Cacería de Eté y los problems.

Mientras cae el atardecer en la ruta mexicana, la voz de un niño en una grabadora canta la famosa canción de las calaveras: Cuando el reloj, marca la una/Las calaveras salen de su tumba. Las imágenes en la secuencia cambian, el cielo se nubla, hay tormentas y se empiezan a ver cercas, rejas, cableados. Bienvenidos a Estados Unidos reza un cartel. Todo es más hostil menos la grabación que sigue reproduciéndose. A la voz del niño se le suma la de la madre que se nos revela joven, dulce y madura. Su voz propone un juego simple y que se dispara con solo una pregunta: ¿Qué ves? El niño nombra todo lo que ve o imagina: un auto, un pino, un castillo, etc. Luego, la invitación es para Max, el hermano, pero él no ve nada y no quiere participar. Todo queda registrado. El viaje y el audio termina y ya conocemos a estos personajes que todavía no vimos, pero ya podemos sospechar cuál será su aventura. Luego de este prólogo y ya en territorio extranjero, la película se pone en marcha.
Lo que viene luego es una verdadera historia de supervivencia y formación. Una madre soltera, joven y con dos niños, tiene la difícil misión de rehacer su vida en Estados Unidos. Con pocos ahorros, intenta encontrar un lugar para vivir. La oferta es mala. Apartamentos caros, sucios, inseguros. Hay de todo. Al final, se decide por una pieza en un condominio que, naturalmente, está lleno de inmigrantes. La madre le alquila la habitación a una pareja asiática que maneja un inglés muy rústico pero suficiente como para hacer negocios. Y en ese espacio sucio, oscuro, abandonado y húmedo es donde la madre con sus dos niños echa raíces. Y los niños, mientras su madre se va a conseguir un trabajo, se quedan solos durante todo el día. Una trama que ya hemos visto muchas veces, pero, nunca está de más decirlo, esto no se trata del qué sino del cómo.
Samuel Kishi, el director, elige quedarse en la habitación con los hermanos. No sabemos los detalles de lo que hace la madre en el día. Solo sabemos que se va temprano y vuelve tarde. Que hay días en los que está más cansada que otros y que tiene que enfrentarse a la desgarradora situación de dejar a sus hijos solos. Aún así, nunca pierde su ternura y su solidez para indicar lo que se debe hacer. Tampoco la energía para un juego o un rezongo. En este caso, seguir las reglas que ella marca, es una cuestión de vida o muerte. Las analogías con “lo primitivo” están a la vista de todos: conceptos como el de la cueva al referirse al lugar en el que viven, el peligro de otras manadas cuando los niños del condominio se acercan, el miedo y la supervivencia en la jungla de cemento, el exterior como un lugar prohibido y desconocido, etc. Y si hay prohibiciones, hay deseos y tentaciones, claro está. Los Lobos es una historia que muestra diferentes caras y juega con los contrastes. Hay veces que se deja ver como una película optimista y cálida, pero no duda en mostrar los dientes y ser agresiva cuando lo considera necesario.
Me interesa volver a las voces y la grabadora que abren la película y acompaña, en el sentido más literal de la palabra, a los protagonistas a lo largo de su aventura. Cuando la madre se va de la habitación, las grabaciones son las que quedan como un dios omnipresente. Un dios estricto que recuerda las reglas (o mandamientos): no salir, no dejar entrar a nadie, no pelearse entre hermanos o cuidar el orden de la casa. Pero también, un dios bueno que se expresa en esa voz familiar y que disipa temores que surgen en los momentos más oscuros y solitarios. La voz, el audio, un registro es lo que la madre sabe utilizar para estar presente. Y creo que en este aspecto, Samuel Kishi nos quiere hablar de algo universal, algo que está más allá de la trama que se teje de buenas a primeras.

En este sentido, los invito a pensar un momento en el hecho de fotografiar a nuestros familiares. Cuántas veces hemos desempolvado los libritos de tapadura Kodak, con las analógicas dentro del nylon y nos invade una sensación de nostalgia y nos conmovemos como si fueran verdaderas obras de autor. Una de las tantas funciones que tiene el arte en nuestra vida es la de recordar. El deseo de agarrar la cámara es causado por una especie de ansiedad que nace de ser conscientes de nuestras debilidades cognitivas con respecto al paso del tiempo. Lo que tememos olvidar suele ser bastante particular. No solo me refiero al aspecto de una persona o a una determinada escena, queremos recordar lo que realmente importa, y aquellos que consideramos buenos artistas son, en parte, quienes parecen haber tomado las decisiones correctas acerca de qué se debe recordar y qué no. La madre, cual artista, plantea un juego a sus niños, apunta el micrófono y aprieta rec. La madre enumera en su voz, las reglas de convivencia. La madre guarda un casete una canción cantada por el abuelo. La madre es la que elige qué recordar a través de las cintas de audio. En estas grabaciones, la fantasía, la imaginación y el recuerdo le dan color a una realidad que se muestra opaca y gris. El arte nos acompaña y nos ayuda a recordar aquello de lo que estamos hecho, no importa en qué situaciones nos encontremos.
Los Lobos es la segunda película del mexicano Samuel Kishi, al que se lo puede recordar por su entrañable Somos Mari Pepa. Una ópera prima con todas las letras, en la que ya deja ver algunos aspectos en su visión que se desarrollarán luego en Los lobos: tópicos como el costumbrismo suburbano, la niñez y la ingenuidad, la juventud y las primeras responsabilidades, la ilusión y la decepción.
Sí, Los Lobos tiene cosas autobiográficas. Sin embargo, en este contexto, lo más importante que tenemos que saber sobre la vida de Kishi es que antes de dirigir fue editor. El oficio se deja ver en la sobriedad de sus planos y la efectividad narrativa. No sobra ningún plano y se dice mucho. Toda imagen es compuesta para contar y eso hace que siempre estemos activos, atentos por descubrir detalles de la trama en silencios, posturas, gestos o actitudes.
México, 2019 Dirección: Samuel Kishi Leopo Guion: Samuel Kishi Leopo, Sofía Gómez Córdova, José Luis Briones. Producción: Leticia Carrillo Silva, Inna Payán Stuopignan. Fotografía: Octavio Arauz. Edición: Yordi Capó, Carlos Espinoza Benítez, Samuel Kishi Leopo. Actores: Maximiliano Nájar Márquez, Leonardo Nájar Márquez, Martha Reyes Arias, Cici Lau, Johnson T. Lau. Duración: 95 minutos
Rodríguez Luterotti.