
Todo parece indicar que ha habido un cambio de paradigma en la industria editorial. Según nos explican los voceros del progreso y las buenas costumbres, en los últimos años la figura de la mujer se ha colado sin pedir permiso en el mundo del libro, corrigiendo así finalmente una injusticia histórica.
Hoy por hoy, son ellas las beneficiarias de los mayores galardones literarios, así como las lideresas en todas las listas de ventas. Autoras como Tamara Tenenbaum, María Florencia Freijó o Taylor Jenkins Reid, saturan los exhibidores de las librerías más coquetas de la capital. Por primera vez se oye el clamor de voces masculinas protestando en foros marginales sobre un supuesto “silenciamiento” de parte de las editoriales, quienes, por lo visto, ahora parecen decantarse mayormente en favor del segundo sexo (aunque también travas y putos de la índole más extravagante parecen correr con cierta ventaja).
Esto es cuanto menos extraño, especialmente teniendo en cuenta el relato victimista que sobrevuela en torno al colectivo de las mujeres, las cuales al no haber alcanzado aún la igualdad con el hombre lógicamente deben enfrentar al día de hoy una mayor dificultad que sus pares masculinos a la hora de acceder al circuito editorial.
En este artículo me propongo demostrar que nada de esto es así, sino que más bien en la actualidad ocurre lo contrario y, ¡Ojo! Que esto no es algo que se esté dando de forma natural e inocente, no, no…
La mentira de la exclusión femenina en el mundo editorial

Todos conocemos la historia de J. K. Rowling, la célebre autora de la saga de libros “Harry Potter”. En resumen: J. K. Rowling habría presentado el manuscrito de su exitosísima historia a aproximadamente una decena de editoriales, las cuales sistemáticamente lo rechazaron una y otra vez sin dar mayores explicaciones. Rowling no se desmotivó, no obstante, y creyendo que esto le traería más suerte, llegó a presentar su obra bajo el seudónimo masculino de «Robert Galbraith». De nuevo el resultado fue el mismo: la volvieron a rechazar.
La idea de que firmando su manuscrito con un seudónimo masculino iba a correr con más suerte, hoy en día sería risible. En la actualidad, de hecho, ocurre lo contrario; es decir, hay autores que en aras de tener más posibilidades de ser descubiertos por una editorial, eligen firmar sus libros bajo un alias femenino. Paradigmático es el caso de Carmen Mola en España o, mejor dicho, el caso de Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, el trío de varones escondido detrás del seudónimo. Y es que, por si no están enterados, la famosa Carmen Mola es un alias, y una vez que esto salió a la luz se desató flor de polémica.
Enseguida una horda de críticas y periodistas feministas señalaron en medios públicos lo moralmente reprobable que es que un hombre (bah, en este caso tres) escriba obras literarias haciéndose pasar por una mujer. Peor aún: que en este caso los tres sinvergüenzas se hayan postulado e incluso llegado a ganar un prestigiosísimo galardón editorial (el Premio Planeta de Novela) escondidos detrás de dicho seudónimo.
Esto sería así debido a que, como ya dije antes, el relato victimista que sobrevuela en torno al colectivo femenino sostiene que las mujeres aún no han alcanzado la igualdad con el hombre, y que por lo tanto al día de hoy enfrentan una mayor dificultad que ellos a la hora de penetrar junto con sus obras el mercado editorial.
Este argumento, sin embargo, es evidentemente falso; y ojo, el mismo hecho en sí lo demuestra; pues, de ser cierto el verso ese de que las mujeres aún enfrentan una infinidad de barreras a la hora de acceder al circuito editorial, ¿Por qué hay hombres que en este momento eligen firmar sus manuscritos con un alias femenino?
Pero basta de lógica y argumentación, todos sabemos que es imposible convencer a una feminista apelando a la razón, intentémoslo entonces retrotrayéndonos a esa época que retrasados mentales como el Dr. François Graña (viejo marico) no paran de rotular con adjetivos del estilo «machista» y «patriarcal«.
Más concretamente rebobinemos a la primera década del siglo pasado, cuando según el relato oficial la mujer era obligada las veinticuatro horas del día a ser esclava de su marido. ¿Cuáles eran en ese entonces las dificultades de la mujer al momento de acceder al mercado editorial?

De acuerdo a números recopilados por el semanario estadounidense Publishers Weekly, SEIS de las diez novelas más exitosas del año 1910 fueron escritas por mujeres.
Sí, MUJERES.
La primera en ocupar el podio es “El Rosario”, de la autora británica Florence L. Barclay, obra que hasta el día de hoy goza de una importante popularidad entre el público lector. Pero lo más gracioso es que, de quererlo, uno podría seguir mirando el listado correspondiente a dicha década y encontrarse no sólo a una, sino a varias mujeres. De hecho, cuando digo varias me quedo corto; estos son sólo algunos de los nombres que saturaban los exhibidores de las librerías en aquel entonces:
Katherine Cecil Thurston (18 de Abril de 1874 – 5 de setiembre de 1911, novelista irlandesa conocida por sus thrillers de contenido político), Hallie Erminie Rives (2 de mayo de 1874 – 16 de agosto de 1956, novelista sureña conocida sobre todo por tratar temáticas polémicas vinculadas al sexo y la raza), Mary Roberts Rinehart (12 de agosto de 1876 – 22 de setiembre de 1958, popularmente conocida como “la Agatha Christie norteamericana” autora del exitosísimo best seller “La escalera caracol”, también fue cronista de guerra), Eleanor Hallowell Abbott (22 de setiembre de 1872 – 4 de junio de 1958), Margaret Deland (23 de febrero de 1857 – 13 de enero de 1945, pionera de la literatura yoísta), Anne Douglas Sedgwick (28 de marzo de 1873 – 19 de julio de 1935, autora de múltiples best sellers, tres de ellos adaptados al cine), etc., etc.

¿Pero, cómo? ¿No era que durante la mayor parte del siglo pasado los hombres dominaban en todas las esferas habidas y por haber? ¿No era que las mujeres tuvieron que superar una laaarga carrera de obstáculos para alcanzar aunque sea una mínima igualdad de derechos? ¿Qué ocurrió entonces para que en la primera década del siglo pasado hubiera tantas mujeres autoras y encima exitosas?
¡Bueno…, parece que las cosas no son tan en blanco y negro como nos dijeron…!
¡Ojo! No niego que a lo largo de los siglos la situación de las mujeres y de los hombres haya sido distinta; es cierto que, históricamente hablando, en función de nuestras diferencias biológicas hemos debido de ocupar roles diferenciados. Sin embargo, esto no ocurrió así a causa de una suerte de conspiración milenaria perpetrada por un grupo de hombres malos y perversos, NO, NO; esto ocurrió así debido a nuestra evolución como especie, la cual en aras de nuestra supervivencia y expansión genética hizo imperativo que tanto hombres como mujeres desarrollaran aptitudes distintas; aptitudes distintas, sí, aunque bien visto complementarias.
El macho de la especie, por ejemplo, fue seleccionado de entre sus pares a partir de rasgos tales como la inteligencia, la capacidad para competir con sus rivales y su temeridad física; las mujeres, en cambio, fueron seleccionadas en base a su belleza, a su empatía, a su capacidad de entregarse (y esto a veces literalmente) en cuerpo y alma al cuidado de las generaciones futuras. Es muy ilustrativo el hecho de que entre los aztecas las únicas mujeres que podían acceder al cielo de los guerreros eran aquellas que morían durante el parto. De hecho, era tanta la reverencia que recibían estas mujeres, que se las velaba con TODOS los honores de la aristocracia precolombina.
Sé que esto sería impensable en nuestra época –época que se siente orgullosa de matar al bebé en el vientre materno– pero ese ya es otro tema. Que algunos consideren menos estimable el papel que históricamente ha desempeñado la mujer y lo tachen de opresivo, dice mucho de sí mismos y de qué valores consideran importantes y cuáles no. En mi caso, alcanzará con decir que ambos sexos fueron indispensables para nuestro desarrollo civilizatorio, y que ni uno ni otro merecen ser menoscabados por supuestos “Dres. en “ciencias» sociales (¿Hay acaso disciplina más inútil y desacreditada hoy en día? Bueno…, sí, el periodismo…)

¿Por qué escriben tan mal las mujeres?

Hace tiempo se volvió viral un meme de Gokú, el protagonista de la serie de anime Dragon Ball Z. Ahora mismo no lo estoy pudiendo encontrar, pero la gracia del chiste era que trazaba una comparación entre las diferentes conductas de hombres y mujeres. En uno de los cuadros se mostraba la perspectiva femenina, la cual era representada mediante la caricatura de una chica mirando la foto de una modelo entrenando su firme y tonificado cuerpo en un gimnasio. Debajo del dibujito había un texto que decía algo así como: “Esos cuerpos son tan irreales…, los chicos deberían aceptarnos tal y cual somos”. Como ya se imaginarán, en el siguiente recuadro se veía la caricatura de un hombre, en este caso el llamado “Chad” (Que en la jerga de internet vendría a ser algo así como el arquetipo del prohombre) parado de perfil frente a un fotograma de Gokú, quien posaba sin remera y con bíceps y abdominales de un tamaño y dimensión exagerados. Debajo de la hilarante caricatura el texto decía: “debo convertirme en él”.
Algo similar creo que ocurre en la forma en que hombres y mujeres nos relacionamos con el mundo del entretenimiento; cuando digo entretenimiento hablo tanto de series, de libros y de películas como de videojuegos. A nadie le es ajeno que en los últimos años las mujeres han comenzado a desempeñar un rol cada vez más protagónico en estas industrias, y esto inevitablemente ha acarreado consecuencias en lo que respecta al discurso y la calidad de dichas creaciones estéticas.
Un ejemplo paradigmático de esto, es la polémica desatada en torno al videojuego “Spider-Man 2”, de la empresa desarrolladora Insomniac. A pesar de que el juego recibió buenas críticas de parte de la prensa especializada, hubo un sector importante del público que se mostró disconforme con el producto final.
Varios “gamers” (así se hacen llamar en internet los seguidores del mundo de los videojuegos) se quejaron en redes sociales de lo melodramática que es la historia, así como de las largas y numerosas “cutscenes” (palabra que en español vendría a significar algo así como “escenas no jugables”); muchas de sus críticas fueron dirigidas además al personaje de Mary Jane Watson, personaje que el jugador debe comandar durante un tiempo nada despreciable de juego. Algunos llegaron a decir que era un poco absurdo que en un producto titulado “Spider-Man”, que cuya gracia es justamente por unas horas ponerse debajo de la piel del ya mencionado superhéroe y hacer cosas tales como combatir el crimen, planear y balancearse en tela de araña por los rascacielos de Nueva York (etc., etc.), uno deba estar tanto tiempo obligado a comandar a un personaje sin habilidades extraordinarias. No faltó a su vez quienes percibieron en la trama y el diseño del juego una fuerte bajada de línea política, citando como ejemplo de esto el que varias de las fachadas de los edificios e interiores de la ciudad de Nueva York estén decorados con grafitis de movimientos de extrema izquierda, así como de un sinfín de banderas del lobby LGBTQ, por no decir nada de que una de las exnovias del protagonista (Black Cat) ahora se hizo lesbiana.

Toda esta inclusión de elementos relacionados con la cultura woke fue inmediatamente tachada por los detractores del videojuego de “forzada” y “torpe”, aunque por supuesto hubo algunos portales de izquierda que llegaron a celebrarla efusivamente.
“Spider-Man 2”, como está tan de moda ahora, termina con Peter Parker –el protagonista principal de la franquicia– colgando su capa, cediéndosela en este caso a Miles Morales, su hasta entonces discípulo en la lucha contra el crimen, un joven portorriqueño que hacia el final de la historia se pone en pareja con una chiquilina negra y sordomuda.
¡Porque claro que sí!
Esta creciente tendencia en el mundo del entretenimiento a matar al personaje blanco hetero, o cuando no a restarle valor en aras de enaltecer a protagonistas adscritos a una raza u orientación sexual minoritaria, se ha vuelto causa de multitud de chistes en internet, con varias de las series de Netflix llevándose el primer puesto, dado el conocido compromiso de dicha compañía con el mundo de lo políticamente correcto.

En la trama de “Spider-Man 2”, asimismo, muchos gamers advirtieron el uso de un recurso estético conocido como “Self insert” (en idioma español, autoinserción).
Este –por llamarlo de alguna manera– dispositivo literario, es propio de las fanfics y novelas románticas de la plataforma adolescente Wattpad, y es muy popular entre las escritoras más lego. El Self Insert consiste básicamente en que la autora se coloque a sí misma en medio de la trama o desarrollo de su novela, muchas veces de forma innecesaria y apelando para ello a grandes dosis de yoísmo.
Veamos cómo funciona en “Spider-Man 2”.

El ejemplo al que hacía mención anteriormente, el personaje de Mary Jane, es en los cómics una chica pelirroja y despampanante, de personalidad extrovertida, con un marcado interés a lo largo del tiempo en el mundo del modelaje y la actuación. En el videojuego, sin embargo, el personaje se vuelve irreconocible; de pronto sus rasgos faciales se masculinizan, su mandíbula se ensancha y se vuelve notoriamente más cuadrada; su figura deja de ser curvosa y seductora y en el proceso de adaptación se vuelve plana y fofa. Su personalidad, por otro lado, pega inexplicablemente un giro de ciento ochenta grados: ahora su afición principal ya no es más el mundo de la moda y el teatro, ahora Mary Jane se empodera y se transforma en una sesuda periodista de investigación de las oficinas del Daily Bugle.


No tengo pruebas, pero tampoco dudas: en aras de no perturbar la cosmovisión cool y feminista de cierta parte del público, el mundo del entretenimiento y sus enlatados se han empobrecido a un nivel inédito.
Ahora mismo abundan ejemplos de franquicias manoseadas por guionistas de escaso talento cuyo único fin parece ser rendir tributo al lobby woke. Pero mi pregunta aún sigue sin responderse: ¿Por qué las mujeres –en este caso en concreto estaríamos hablando de Ashley Poprik, guionista de “Spider-Man 2”, aunque también aplica para autoras tales como Tamara Tenembaum o Cristina Morales– escriben tan mal?
Voy a postular la hipótesis de que existe una serie de diferencias clara en la forma en la que hombres y mujeres creamos ficción, siendo quizás la más evidente de ellas la tendencia femenina a lo que yo llamo “solipsismo narrativo”; es decir, la predilección que comparte la mayoría de las mujeres hacia textos poco elaborados desde el plano visual, pero con una gran abundancia de monólogo interno; a menudo lo que buscan estas autoras con sus obras es reflejarse a sí mismas y a sus opiniones en tramas y personajes simples de temática costumbrista y/o romántica. El estilo de prosa asimismo suele ser bastante ampuloso y confesional, similar a lo que uno puede encontrar en las páginas de un diario íntimo. Por lo general, ninguna de estas historias genera intriga o admiración en el lector más avezado, aunque sí un profundo sentimiento de identificación en el público femenino.
Los textos de ficción escritos por hombres, en cambio, tienden a poseer un lenguaje llano y directo, alejado de la palabrería fácil o de ese tono de permanente menosprecio hacia el lector, tan común en las escritoras antes mencionadas. Asimismo, la historia o anécdota que relatan suele desenvolverse a partir de procedimientos rigurosos (muchas veces hay una extensa labor de documentación de parte del autor en torno al tema a tratar), frecuentemente apelando a digresiones de índole técnica que dotan al texto de una mayor sensación de realismo. No es para nada raro que los hombres brillen en géneros tales como la fantasía o la ciencia ficción. Toda obra que vuelva imperativa una cierta distancia de enfoque o minuciosidad de detalle –así como la demanda de expresar lo esencial de las cosas– es por definición masculina.
Generalmente, es difícil que una mujer –con todo el yoísmo y sentido de la practicidad que el solo hecho de serlo comprende– pueda despacharse de pronto con una novela del porte neurótico de, por ejemplo, “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”; ni qué hablar de parir una saga del tamaño y las dimensiones de “El señor de los anillos”.
Al decir esto quiero que quede claro que no busco despreciar o minusvalorar la grandeza de la mujer, sólo que ella muchas veces se expresa y se aplica mejor en otros ámbitos de la vida, ámbitos imprescindibles aunque lamentablemente subestimados hoy en día –en serio, paren ya con la boludez esa de idealizar a los artistas; la mayoría de ellos son gente psicópata e insoportable–.
«En el espectro de inteligencia, una y otra vez se ha demostrado que las mujeres ocupan mayormente la parte intermedia del espectro del coeficiente intelectual. Sin embargo, en el caso de los hombres, a ellos los encontramos en los extremos opuestos. Hay hombres genios y hombres psicóticos. Es por eso que una de mis frases más destacadas es: ‘No hay una Mozart femenina, porque no hay una Jack the Ripper femenina’».
–Camille Paglia.
Felipe Villamayor
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