La gaya ciencia” (1882) es quizás la mejor puerta de entrada a la obra del poeta/filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Acá me propongo seleccionar algunos de los pasajes y aforismos del libro más representativos de su autor, además de aquellos que mejor predicen nuestra era. Por si no están enterados, en «La gaya ciencia» es donde Nietzsche da inicio a su famosa “transvaloración de valores”, la cual culminaría en su novela filosófica “Así habló Zaratustra” (1885), obra de la que llegó a sentirse particularmente orgulloso.
LIBRO TERCERO:

* Sección- CVIII:
Nuevas luchas. — Después de la muerte de Buda se enseñó durante siglos su sombra en una caverna. Dios ha muerto, pero los hombres son de tal condición que habrá tal vez durante miles de años cavernas donde se enseñe su sombra.
* Sección- CXVI:
Instinto de rebaño. — En los más remotos tiempos de la humanidad y durante el más largo periodo de su existencia, hubo un remordimiento muy diferente de lo que hoy sentimos. Hoy nadie se cree responsable más que de lo que quiere y de lo que hace, ni se enorgullece más que de aquello que posee, y todos nuestros jurisconsultos parten de este sentimiento, como si de ahí hubiese emanado siempre la patente del derecho. Pero durante la más larga de las edades de la humanidad, no hubo cosa tan terrible como sentirse aislado. Estar solo, sentir aisladamente, no obedecer ni dominar, ser un individuo. La libertad de pensar era mirada como el mayor de los sinsabores. Mientras a nosotros nos parecen la ley y la regla una coacción y una privación, se consideraba antaño el egoísmo como cosa penosa, como un mal verdadero. Ser uno lo que es de suyo, medirse y pesarse a sí mismo con medidas y pesos personales, pasaba entonces por inconveniente. Cualquier inclinación en este sentido hubiese parecido locura, pues la soledad no llevaba consigo más que miserias y temores. Entonces el libre albedrío estaba muy cerca de la intranquilidad de consciencia, y cuanto mayor era la dependencia a que se sujetaban los actos, cuanto más les guiaba el instinto de rebaño y no la iniciativa personal, más morales parecían. Todo lo que perjudicaba al rebaño causaba remordimientos al individuo, aunque él no lo hubiera hecho con intención, y no sólo se los causaba él, sino al vecino y toda la grey. En esto es en lo que más hemos variado de manera de pensar.
* Sección- CXXIV:
El loco. — ¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida, gritando sin cesar: «¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!» Como estaban presentes muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron la risa. –¿Se te ha extraviado?– decía uno. ¿Se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado? Y a estas preguntas acompañaban un coro de risas. El loco se encaro con ellos y, clavándoles la mirada, exclamó: “¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Lo hemos matado; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿Cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender la tierra de su cadena solar? ¿Dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿Adónde la llevan los nuestros? ¿Es que caemos sin cesar? ¿Vamos hacia delante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas las direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su aliento? ¿No sentimos frío? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada? ¿Necesitamos encender las linternas antes del mediodía? ¿No oís el rumor de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la descomposición divina?… Los dioses también se descomponen. ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¡Cómo consolarnos, nosotros, asesinos entre los asesinos! Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar? La grandeza de ese acto ¿No es demasiado grande para nosotros? ¿Tendremos que convertirnos en Dioses o al menos que parecer dignos de los dioses? Jamás hubo acción más grandiosa, y los que nazcan después de nosotros pertenecerán, a causa de ella, a una historia más elevada que lo fue nunca historia alguna. Al llegar a este punto calló el loco y volvió a mirar a sus oyentes; también ellos callaron, mirándole con asombro. Luego tiró al suelo la linterna, de modo que se apagó y se hizo pedazos. “Vine demasiado pronto –dijo él entonces–, mi tiempo no ha llegado aún. Ese acontecimiento inmenso está todavía en camino, viene andando mas aún no ha llegado a los oídos de los hombres. Han menester tiempo el relámpago y el trueno, la luz de los astros ha menester tiempo; lo han menester los actos, hasta después de realizados, para ser vistos y entendidos. Ese acto está todavía más lejos de los hombres que la estrella más lejana. “¡Y, sin embargo, ellos le han ejecutado!” Se añada que el loco penetró el mismo día en varias iglesias y entonó su requiem oeternam deo. Expulsado y preguntado por qué lo hacía, contestaba siempre lo mismo: ¿De qué sirven estas iglesias, si no son los sepulcros y los monumentos de Dios?

* Sección- CLIV:
La vida más o menos peligrosa. — No sabéis lo que os acontece, corréis a través de la vida como borrachos y alguna vez os caéis desde lo alto de una escalera. Pero gracias a vuestra embriaguez, no os rompéis la cabeza: vuestros músculos están demasiado fatigados y vuestro cerebro es demasiado oscuro para que las piedras de los escalones os parezcan tan duras como a nosotros. Para nosotros la vida es un peligro mucho mayor. Somos de vidrio. ¡Desgraciados de nosotros si chocamos con algo! Si caemos estamos perdidos.
* Sección- CLVI:
El más influyente. — Que un hombre resista a toda su época, que la detenga en la puerta para que dé cuenta de sí, es cosa que forzosamente ejercerá influencia. Es indiferente que ese hombre quiera, lo esencial es que pueda.
* Sección- CLXVII:
Misantropía y amor. — No se declara uno harto de los hombres hasta que no puede digerirlos y tiene el estómago lleno de ellos. La misantropía es consecuencia de un amor demasiado ansioso a la humanidad, de una especie de antropofagia; pero ¿Quién te manda tragar hombres como si fueran ostras, príncipe Hamlet?
* Sección- CLXVII:
A propósito de un enfermo. — Va mal. –¿Pues qué quiere? –Padece del deseo de ser alabado, y su deseo no halla satisfacción. –¡Parece increíble, el mundo entero lo festeja y le mima y su nombre está en todas las bocas! –Es que tiene el oído duro para las alabanzas. Si un amigo le alaba, cree oírle alabarse a sí mismo; si un enemigo le elogia, cree que por ser a su vez elogiado, y, en fin, si le celebra alguno, ni amigo ni enemigo –Y como él es tan célebre, son éstos muy contados–, le ofende el que no se le tenga ni por amigo ni por enemigo, y acostumbra a decir: ¿Qué se me da de quien no es capaz de ser juez imparcial mío?

* Sección- CLXXIII:
Ser profundo y parecerlo. — El que sabe que es profundo se esfuerza en ser claro; el que quiere parecer profundo al vulgo se esfuerza en ser obscuro, pues el vulgo tiene por profundo aquello cuyo fondo no alcanza a ver: ¡Es tan miedoso y tan opuesto a saltar al agua!
* Sección- CCXVIII:
Mis antípodas. — No me agradan los hombres que para producir un efecto tienen que estallar como bombas, hombres en cuya cercanía se está siempre en peligro de ensordecer o de algo peor.
*********
LIBRO CUARTO:

* Sección- CCLXXVI:
Año nuevo. — Vivo todavía, pienso todavía: Debo de vivir aún, puesto que pienso. Sum, ergo cogito, y cogito ergo sum. Hoy permito a todo el mundo expresar su deseo y su pensamiento más caro, y yo, también voy a decir hoy lo que yo mismo anhelo y cuál es el pensamiento primero que me ha llegado al corazón este año, cuál es el pensamiento que en adelante será para mí la razón, la garantía y la dulzura de la vida. Quiero aprender mejor cada día a considerar como belleza lo que tienen de necesario las cosas; así seré de los que embellecen las cosas; Amorfati: sea éste en adelante mi amor. No quiero hacer la guerra a la fealdad. No quiero acusar, ni siquiera a los acusadores. Sea mi única negación apartar la mirada. Y sobre todo, para ver lo grande, quiero en cualquier circunstancia no ser por esta vez más que un afirmador.
* Sección- CCLXXIX:
Amistad de estrellas. — Éramos amigos, y nos hemos vuelto extraños el uno para la otra. Pero es bien que así sea, y no queremos callar ni escondernos cual si tuviéramos de qué avergonzarnos. Somos dos navíos, cada uno de los cuales tiene su ruta y rumbo diferente; podemos tal vez cruzarnos y celebrar juntos una fiesta, como lo hicimos, y esos valientes navíos estaban tan tranquilos en el mismo puerto, bañados por el mismo sol, que se podía creer que habían llegado a su destino y que tenían un destino común. Mas luego, la fuerza omnipotente de nuestra misión nos separó, empujándonos por mares diferentes, bajo otros rayos de sol, y acaso no volveremos a encontrarnos o quizás nos encontraremos; pero no nos conoceremos, porque nos habrá transformado la separación de nuestros mares y de nuestros soles. Una ley superior a nosotros quiso que nos volviésemos extraños el uno al otro, y por eso nos debemos respeto y por eso quedará más santificado todavía el recuerdo de nuestra amistad pasada. Existe probablemente una enorme curva invisible, una ruta estelar, donde nuestros senderos y nuestros destinos diferentes están inscriptos como cortas etapas: elevémonos a este pensamiento. Pero nuestra vida es demasiado corta y nuestra vista sobrado flaca para que pudiésemos ser más que amigos en el sentido de aquella elevada posibilidad. Por eso queremos creer en nuestra amistad de estrellas, aun el caso de que fuésemos enemigos en la tierra.
* Sección- CCLXXXIII:
Los hombres que preparan. — Saludo a los indicios del advenimiento de una época más viril y guerrera, que de nuevo honrará el valor más que a todas las cosas. Esa época debe trazar el camino de otra época más elevada aún y reunir las fuerzas que la última necesitará un día para introducir el heroísmo en el conocimiento y guerrear por las ideas y sus consecuencias. Para ello son necesarios ahora hombres valientes que preparen el terreno, hombres que no podrán salir de la nada ciertamente, ni tampoco de la arena ni de la espuma de la civilización actual, ni de la educación de las grandes ciudades; hombres silenciosos, solitarios y resueltos que sepan contentarse con la labor invisible que persiguen; hombres con propensión a la vida interior, que busquen en todas las cosas lo que hay que vencer en ellas; hombres que posean como cosa propia la serenidad, la paciencia, la sencillez y el desprecio de las grandes vanidades en igual proporción que la generosidad en la victoria y la indulgencia hacia las vanidades pequeñas de todos los vencidos; hombres que tengan un juicio preciso y libre sobre todas las victorias y sobre la parte que cabe al azar en toda victoria y toda gloria; hombres que tengan sus propias fiestas, sus propios días de trabajo y de duelo, acostumbrados a mandar con la seguridad del mando, dispuestos igualmente a obedecer cuando sea necesario, orgullosos de su papel en uno y otro caso cual si sirvieran a su propia causa; hombres más expuestos, más terribles, más dichosos. Porque, creedme, el secreto para cosechar la existencia más fecunda y el mayor deleite en la vida estriba en vivir peligrosamente. ¡Construid vuestras ciudades en la cima del Vesubio! ¡Enviad vuestras naves a mares inexplorados! ¡Vivid en guerra con vuestros semejantes y con vosotros mismos! ¡Sed bandoleros y conquistadores si no podéis ser dominadores y poseedores, vosotros, los que perseguís el conocimiento! Pasará deprisa el tiempo en que os contentaréis con vivir en los bosques ocultos como ciervos espantados. ¡Al cabo el conocimiento acabará por extender la mano hacia aquello que por derecho le corresponde: querrá dominar y poseer y vosotros lo querréis con él!

* Sección- CCLXXXIV:
La fe en sí mismo. — Hay pocos hombres que tengan fe en sí mismos, y entre este corto número, los unos nacen con esa fe que viene a ser para ellos como una provechosa ceguera o un oscurecimiento parcial de su inteligencia (¡Qué espectáculo presenciarían si pudiesen mirar a las honduras de sí mismos!); los otros se ven obligados a adquirirla; todo lo bueno, lo sólido, lo grande que hacen, comienza por ser un argumento contra el escéptico que en ellos mora; es menester convencerle y persuadirle, y para ello casi se necesita genio. Los últimos son los más exigentes consigo mismo.
* Sección- CCCVII:
En pro de la crítica. — Ahora te parece error algo que antes amaste como verdad o como probabilidad al menos; lo desechas lejos de ti y crees que tu razón ha conseguido un triunfo. Pero tal vez entonces, cuando eras otro –siempre eres otro– aquel error te era tan necesario como todas las verdades actuales; era en cierto sentido como una epidermis que te ocultaba muchas cosas que aún no convenía que vieras. Quien mató aquella opinión en ti fue tu vida nueva, no tu razón; no la necesitabas ya y se hundió ella sola y de sus ruinas salió la sinrazón arrastrándose como un reptil. Al ejercitar nuestra crítica no hacemos nada caprichoso ni impersonal, damos frecuentemente la prueba de que hay en nosotros fuerzas vivientes y activas que se despojan de una corteza. Negamos y es menester que neguemos, puesto que hay algo en nosotros que quiere vivir y afirmarse, algo que no conocemos, que no vemos todavía. Todo lo cual redunda en pro de la crítica.
* Sección- CCCVIII:
La historia cotidiana. — ¿Qué es lo que forma en ti la historia de cada día? Examina tus costumbres, que escriben esa historia: ¿Son el resultado de innumerables y minúsculas cobardías y perezas o acaso el fruto de tu valor y de tu ingenio? Cualquiera que sea la diferencia que exista entre ambos casos, posible es que los hombres te colmen de idénticos elogios y que en realidad les prestes la misma utilidad de un modo o de otro. También es posible que las alabanzas, la utilidad y la respetabilidad basten a aquellos que se dan por satisfechos con tener la consciencia tranquila, mas no te bastaría a ti que escudriñas las entrañas, a ti que posees la ciencia de la consciencia.

* Sección- CCCXI:
Luz quebrada. — No siempre se es valiente, y cuando se siente la fatiga, se llega a veces a lamentarse de esta manera: ¡Cuán penoso es hacer daño a los hombres! ¿Por qué ha de ser necesario? ¿De qué sirve vivir ocultos, si no queremos guardar para nosotros lo que es causa de escándalo? ¿No sería más prudente vivir en el torbellino y reparar, en los individuos los pecados cometidos, los que tienen que cometerse por todos? Ser loco con los insensatos, vanidoso con vanos, entusiasta con los entusiastas. ¿No sería esto lo equitativo, puesto que nos desviamos con tal petulancia de la multitud? Cuando oigo hablar de la maldad de los demás para conmigo, mi primera impresión no es de satisfacción. Eso está bien parezco decir; me llevo tan mal con vosotros, hay tanta razón de mi parte que debéis cobraros en mí cuanto podáis. ¡Estos son mis defectos y mis errores, ésta es mi locura, éste es mi mal gusto, éstas mis lágrimas, mi confusión, mi vanidad, mi obscuridad de búho y mis contradicciones! ¡Ahí tenéis de qué reír! ¡Reíos y regocijaos! ¡No guardo rencor a la ley de la naturaleza de las cosas que hacen que los defectos y los errores causen placer! Verdad es que hay momentos del buen tiempo en que puede uno creerse tan indispensable al dar con alguna idea un tanto nueva, que saldría uno a la calle a gritar a los transeúntes: “¡Oíd, el reino de Dios está próximo!” Yo podría prescindir de mí si no existiera. Ninguno de nosotros es indispensable. Pero, como he dicho, no pensamos así cuando somos valientes: no pensamos.
* Sección- CCCXVIII:
La sabiduría en el dolor. — En el dolor hay tanta sabiduría como en el placer: ambas son las dos grandes fuerzas conservadoras de la especie. Si el dolor no fuese así, habría desaparecido hace mucho tiempo; el que haga daño no arguye en su contra, está en su esencia. En el dolor oigo la voz de mando del capitán del buque: “¡Amainad las velas!” El hombre, navegante intrépido, debe ejercitarse en manejar de mil manera las velas, pues si no estaría perdido y el océano se lo tragaría. También es menester que aprendamos a vivir con una dosis de energía reducida, y en cuanto el dolor da el aviso de seguridad es llegado el momento de reducirla, se prepara algún gran peligro, se acerca alguna gran tempestad y la prudencia aconseja que nos hinchemos lo menos posible. Verdad es que hay hombres que al aproximarse algún gran dolor oyen la voz de mando contraria y jamás se muestran tan altivos, tan belicosos, tan contentos como cuando se levanta tempestad. El dolor mismo es quien les da sus instantes sublimes. Estos son los hombres heroicos, los grandes mensajeros del dolor de la humanidad, individuos raros de los cuales se debe hacer la misma apología que del dolor en general, y en verdad sería injusto negársela. Son fuerzas de primer orden para conservar y hacer progresar la especie: aunque sólo sea resistiendo al sentimiento de bienestar y no ocultando el tedio que esta especie de dicha les inspira.
* Sección- CCCXLI:
Peso formidable. — ¿Qué ocurriría si una noche un demonio se deslizase furtivamente en la más solitaria de tus soledades y te dijera: “Esta vida, tal como al presente la vives, tal como la has vivido, tendrás que vivirla otra vez y otras innumerables veces, y en ellas nada habrá de nuevo; al contrario, cada dolor y cada alegría, cada pensamiento y cada suspiro, lo infinitamente grande y lo pequeño de tu vida se reproducirán para ti, en el mismo orden y en la misma sucesión; también yo.» El eterno reloj de arena de la existencia será vuelto de nuevo y con él tú, polvo de polvo. ¿Te arrojarías al suelo rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que así te hablara? ¿O habrías vivido el prodigioso instante en que podrías contestarle?: “¡Eres un Dios! ¡Jamás oí lenguaje más divino!” Si este pensamiento arraigare en ti, tal como eres, tal vez te transformaría, pero acaso te aniquilara la pregunta “¿Quieres que esto se repita una e innumerables veces?” ¡Pesaría con formidable peso sobre tus actos, en todo y por todo! ¡Cuánto necesitarías amar entonces la vida y amarte a ti mismo para no desear otra cosa que esta suprema y eterna confirmación!

Friedrich Nietzsche.